Aquí no hay quien ande

Pasear por Barcelona sin ser abordado por captadores de donaciones, vendedores de servicios, repartidores de publicidad o personas que piden algo ya resulta casi imposible

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PATRICIA CASTÁN / BARCELONA

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¿Quién dice que las redes sociales y la era digital están aniquilando el contacto personal? Un simple paseo por Barcelona demuestra que la interpelación directa, prácticamente a cara de perro, vive un apogeo inusitado en la ciudad. A cada paso en las zonas céntricas y más comerciales cualquier ciudadano se topa con encuestadores, captadores de donaciones, repartidores de folletos publicidad de comercios y servicios y demandas activas de ayudas económicas. Un recorrido solitario y tranquilo se ha convertido casi en imposible.

Al traseúnte se le aborda con el único propósito de obtener su dinero o donativo, sea ofreciéndole servicios, causas o bienes, o pidiéndole caridad. Se le aborda sin tregua, con palabras, actos o carteles. Se le aborda con simpatía, con jeta, con hostilidad y hasta se le insulta si no responde.

El saco de demandantes de atención es variado y no ofrece posibilidad de comparativa. No es lo mismo que el que entre al paseante sea un joven sonriente que apela a su conciencia para seducirle como socio de una causa humanitaria, un fenómeno creciente en las calles como informó el lunes EL PERIÓDICO, a que le ofrezca coches de alquiler por día a la salida del metro de Verdaguer. El tercer sector suele contar con más sensibilización ajena, aunque a la postre todos los captadores se deban a un salario. No importa que vendan seguros, bicis de alquiler o donaciones. Enrique comercializa tarjetas de crédito de una entidad bancaria a todo el que se cruza en un centro comercial de la ciudad. "Ofrecer algo cara a cara y sin que la otra persona lo quiera siempre es duro, y más aún si hablamos de bancos", cuenta. Pero ha trabajado en telemarkéting y dice que aún era peor: "Por teléfono muchos te envían directamente a la mierda".

Vender servicios (como los de telefonía), se suele acotar a espacios cerrados de concurrencia pública o puerta por puerta en domicilios. Pero encandilar al paseante para que entre en una tienda es propio de promotores de restauración en zonas turísticas. Una práctica que se ha tratado de erradicar pero que en la Barceloneta o la Rambla sigue muy vigente. "Pase a ver nuestra carta, tenemos menú muy económico", claman en varios idiomas en el paseo de Joan de Borbón. También es común que alguien invite al ciudadano a entrar en un bar a realizar una encuesta, solo que esta petición suele venir engrasada con la promesa de un obsequio o detalle. "Si no hay gratificación muchos te giran la cara o ponen excusas", dice una encuestadora en la calle de Sants. 

CUESTIÓN DE DISTANCIAS

Dejando a un lado el apogeo de asalariados para captar fondos, la selva urbana está repleta de demandas para peatones y hasta conductores. Las calles más comerciales y el centro cuentan con un enjambre de repartidores de publicidad y descuentos de restaurantes, servicios de estética, joyas y promociones variadas. La normativa local permite como uso natural la publicidad dinámica, con reparto manual en vía pública siempre que se haga a menos de cien metros de distancia de la ubicación de la actividad o local y que su titular garantice la limpieza de las aceras y calzadas del entorno, que se realice a menos de 50 metros de accesos a transporte público y que el material distribuido sea reciclable, indican fuentes municipales.

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Barcelona sí multa la mendicidad ejercida con menores o personas con discapacidad, así como la mendicidad organizada o coactiva. Una frontera difícil de evaluar. En los últimos tiempos, a la salida de los supermercados es cotidiano encontrar a una persona de pie que solicita activamente dinero. Una situación multiplicada desde la crisis, donde el ciudadano difícilmente puede discernir entre la necesidad real de los más desfavorecidos o las redes organizadas. "Yo les doy en función del aspecto y de que me lo pidan con respeto, sin exigir", dice una mujer a las puertas de un súper.

Más negativas genera el reciente apogeo de personas jóvenes que van por la calle y piden con insistencia un euro a los viandantes, con la excusa de comprar un billete de tren o comida. 

"Sabe mal decirlo porque hay muchos casos de gente necesitada o que lo pasa mal, pero pasear tranquilo por Barcelona se ha vuelto muy difícil, te entran al trapo todo el rato, llega a ser difícil no contestar mal", explica un señor al justificar porque está tirando a la papelera el folleto de un bufet a 9,95 euros que le acaban de endosar. 

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