Los manteros protestan contra la condena "injusta" al compañero que agredió a un policía
Denuncian que "ha pesado el color de piel" en la sentencia a 5 años de prisión
La pancarta que acaso reflejaba mejor el sentimiento de los manteros era una que decía: “Si Millet fuera negro, ¿estaría ya en la cárcel?”. La enarbolaba uno de los participantes en la marcha convocada por el Sindicato Popular de Vendedores Ambulantes para protestar contra la pena de 5 años de prisión que una jueza ha impuesto a Sidil Moctar, el mantero que golpeó con una rama a un agente de la Guardia Urbana durante un operativo policial contra el 'top manta', en mayo del año pasado. La pregunta resumía gran parte de la denuncia contenida en el manifiesto redactado para la ocasión, que se leyó dos veces, primero en Canaletes y luego en la plaza de Sant Jaume. Al principio y al final de la marcha.
El manifiesto denuncia “el racismo judicial” y las distintas varas de medir que supuestamente emplean los jueces. “La justicia tiene color y precio”, reza el documento. “Sabemos que su maquinaria judicial está hecha para encerrar a los negros, a los migrantes, a las mujeres y a los pobres”. Los vendedores ambulantes entienden que en el juicio a Moctar han pesado más “el color de piel y la pobreza”, y aseguran que la justicia de este siglo XXI en Europa no tiene mucho que envidiar “al antiguo sistema judicial colonial” y su tendencia a la “humillación pública”. El manifiesto también denuncia “acoso y racismo” por parte de las fuerzas policiales.
PUERTAS CERRADAS
Al grito de: “¡Libertad Sidil!”, la marcha recorrió la Rambla hasta la calle de Ferran y por allí se dirigió a Sant Jaume, hasta las puertas del ayuntamiento. Un portavoz del sindicato deploraba durante el recorrido la actitud del Gobierno municipal. “Hace tiempo que han cortado la comunicación. Al principio hubo un acercamiento tímido pero después se han ido alejando. Su lema es Refugees Welcome, pero en la calle continúan las redadas, los decomisos y las detenciones, y los manteros siguen siendo los refugiados olvidados de esta ciudad”. Consideraron una muestra de desprecio que las puertas del ayuntamiento estuvieran cerradas. Nadie salió a hablar con ellos.
No está exento de ironía que durante todo el recorrido fuera una patrulla de la Guardia Urbana la encargada de abrirles paso. Por detrás los escoltaban un coche de los Mossos y cuatro furgonetas antidisturbios.
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