Barcelona, esa ternera de Kobe inmobiliaria

'The New York Times' publicita un piso de 2,7 millones en el pasaje de Sert o cómo los mejores lomos de la ciudad se venden en medio mundo

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CARLES COLS / BARCELONA

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La 600 y pico edición de este rincón periodístico antetitulado Barceloneando (retratos aparentemente inconexos pero que sumados forman una versión local de ‘El jardín de las delicias’ de El Bosco, con sus paraísos y sus infiernos y sus cosas más que raras) tiene su punto de partida esta vez en Nueva York. Queda lejos, de acuerdo, no parece un barceloneando, pero la culpa es de ‘The New York Times’, de su versión digital concretamente, pues estos días publicita un piso en venta en Barcelona, en el pasaje de Sert, esa pocholada a la que se accede desde la calle de Trafalgar y que desemboca en Sant Pere Més Alt, y viceversa, por un precio de 2,7 millones de euros. No es una cifra récord y totalmemte fuera de las órbitas más excéntricas del planeta inmobiliario local, pero es una ocasión estupenda para explicar que la gentrificación ya no es una guerra entre vecinos de una misma ciudad, el ‘east’ que se traslada al ‘west, el ‘up’ que se come el ‘down’, sino que se ha globalizado. Barcelona es hoy una ternera de Kobe. Sus solomillos no se venden en la carnicería de la esquina, sino en la Quinta Avenida.

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El piso en cuestión se oferta como un delicioso sashimi de wagyu. Suelos de madera de teca africana, techo de vigas, ventanales hacia tres de los cuatro puntos cardinales, chimenea y, cosas que pasan, hasta un columpio en mitad del salón, sobre el sofá. Las fotos dan fe de ello. El anuncio es muy detallista. Todos los son en esta sección inmobiliaria de 'The New York Times'. Hasta extremos inusuales a este lado del Atlántico. Así, incluso se informa al posible comprador sobre qué impuestos municipales pagará en Barcelona por tal pisazo. De 1.000 a 1.500 euros. Al año. Hasta es posible imaginar la cara de pasmo del lector. Creerá que es un error tipográfico. En Manhattan, por un piso de 2,5 millones de dólares, en el equivalente autóctono del impuesto de bienes inmuebles, se paga esa cantidad cada mes.

PEP BOU HA VUELTO

La cuestión es que este caso (y hay muchos más) es la pieza del puzle que faltaba para comprender por qué el mercado inmobiliario de Barcelona se ha convertido de un tiempo a esta parte, y no es la primera vez, en un espectáculo de Pep Bou. Están, como es sabido, los miles de pisos turísticos que, poco o mucho, han jibarizado el mercado del alquiler. Luego están los pisos para inversores, de aquí y sobre todo del otro lado de la frontera, porque tal y como subraya ese mismo anuncio de 'The New York Times', "Barcelona sigue siendo una ganga en comparación con otras ciudades europeas, incluyendo Londres y París". Luego está la errática política de vivienda pública, una chalupa sin timón desde hace más de 30 años. Y, por último, está esa invisible, inasible, incuantificable pero real moda de los millonarios que, porque se lo pueden permitir, tienen una residencia en Barcelona.

Se sabe que existen porque algunos de ellos son populares. El ‘rollingstone’ Ron Wood tiene piso en el paseo de Gràcia. El primer bailarín del Bolshoi está de obras precisamente este mes en su nueva segunda residencia de la Dreta del Eixample, donde la gentrificación avanza este año al galope. Son caras conocidas. Luego están los ricos anónimos. Eduard Solé, al frente de una rara avis de las agencias inmobiliarias, Monapart, que no vende pisos, sino hogares, recibió días atrás lo que ya comienza a ser común, la pareja de Londres que busca piso en Barcelona para estancias ocasionales. El presupuesto de partida estaba por encima del millón de euros.

UN PIRINEO MEDITERRÁNEO

Tiempo atrás, cuando el Pirineo catalán experimentó su particular boom inmobiliario, un estudio reveló que la ocupación media de esas coquetonas casas de tejados de pizarra era de entre 10 y 15 días al año. Los dedicados a las jornadas de esquí y punto. Una parte de Barcelona va camino de ser eso, el Pirineo particular de los millonarios del mundo, animados, por cierto y para que no se olvide, por el propio Gobierno de España, porque en el 2013, para darle oxígeno al sector del ladrillo en sus horas más bajas, puso en marcha un programa que ofrece permiso de residencia a extranjeros que compren pisos de más de medio millón de euros. Aire para la burbuja. Pep Bou de nuevo.

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En los años 20, Hollywood, más concretamente la novelista Elinor Glyn, acuñó la expresión ‘it girl’. En eso, los angloparlantes son estupendos. Alquimistas de las palabras. Una ‘it girl’ era una actriz que tenía “eso”, algo indescriptible que cautivaba a los espectadores. Clara Bow fue la primera ‘it girl’ como Barcelona es ahora una ‘it city’. Lo que sea, lo tiene.

Eso tiene, claro, sus consecuencias. Alba Hierro ha publicado esta semana en su muro de Facebook su carta de despedida del barrio de Sant Antoni, porque por 40 metros cuadrados no quiere y no puede pagar los 850 euros al mes que le pide el arrendatario. Sant Antoni, solo por avisar, es un anticipo de aquello que comienza a suceder alrededor del pasaje de Sert. Clara Bow, ya que estamos, terminó mal.

Mañana, por cierto, una nueva entrega de ‘El jardín de las delicias’ barcelonés. Nada menos que con el rey del porno. No digo más.