Historias de polución cotidiana

Cinco voluntarios, que han llevado encima durante 3 semanas sensores de calidad del aire, han comprobado el desbocado nivel de contaminación al cual se exponen cada día en Barcelona. Están convencidos de que en la ciudad sobran coches.

Luca Tancredi, uno de los participantes en el ensayo sobre la calidad del aire de Barcelona.

Luca Tancredi, uno de los participantes en el ensayo sobre la calidad del aire de Barcelona. / periodico

MICHELE CATANZARO

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Luca vive en el Eixample y trabaja en la Zona Universitaria. Cada día, cuando va y vuelve en bici por la Diagonal, toma su ración de 4.000 nanogramos de carbono negro por metro cubo de aire. Marcos vive en Canovelles y se desplaza en tren hasta su centro de trabajo en el paseo marítimo. A él le tocan “tan solo” 2.000 nanogramos durante el desplazamiento. Charlotte está en el paro y da vueltas por la ciudad a la búsqueda de trabajo: su dosis es alta, pero se la toma a sorbos durante todo el día. Estas son algunas de las historias de intoxicación diaria que sufren todos los habitantes de Barcelona.

Normalmente, los efectos de la contaminación atmosférica se presentan como estadísticas globales: 1,4 millones de muertes anuales por Ictus, 1,7 por diversas patologías pulmonares, etc. según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Asimismo, se suceden uno tras otro estudios que alertan del sutil retraso mental inducido por la polución en los escolares, o del mayor riesgo de enfermedades neurodegenerativas en proximidad de las carreteras.

También se sabe que Barcelona se salta desde hace años los límites impuestos por la Unión Europea, que son más imprudentes que los aconsejados por la OMS. No obstante, el pánico no cunde. Al contrario, las medidas contra el tráfico de coches (el principal responsable de la polución en la ciudad) encuentran rechazo.

“Un día miraremos atrás y la contaminación nos hará el mismo efecto que un cine lleno de humo de tabaco”

Un proyecto de investigación llevado a cabo hace un año y medio, que comienza ahora a cosechar resultados, ha roto el embrujo de los grandes números y las abstractas estadísticas. El proyecto PASTA (acrónimo de Physical Activity through Sustainable Transport Approaches) reclutó 40 voluntarios en Barcelona (y otros tantos en Londres y Amberes), que llevaron encima durante 3 semanas un conjunto de sensores que medían la calidad del aire, entre otras cosas. En las semanas pasadas, los investigadores del proyecto repartieron los resultados. Estos incluyen, entre otras gráficas, el promedio de la exposición diaria (hora por hora) de los voluntarios al carbono negro. Este componente de la contaminación es un buen indicador de los efectos en la salud del particulado. Los informes han generado verdadero asombro.

“¡Ahora estoy muy preocupado! Ayuntamiento de Barcelona, ¡socorro!”, tuiteó Luca, uno de los voluntarios, poco después de recibir sus datos. “Mis resultados me dan un poco de miedo. Estamos en una ciudad muy contaminada y tenemos que movilizarnos”, afirma Charlotte. “Me ha sorprendido la cantidad de contaminación a la cual estamos expuestos”, observa Marco.

El análisis científico de los datos aún está pendiente, precisa Ione Ávila-Palencia, investigadora del Institut de Salut Global de Barcelona (ISGlobal, una institución científica impulsada por la Obra Social “la Caixa”), quien coordina las mediciones en Barcelona. Sin embargo, las historias personales de algunos voluntarios son de por sí muy ilustrativas. 

“Estoy expuesto al doble del promedio de la polución de Barcelona”, observa Luca, periodista y comisario de contenidos, quien se desplaza cada día en bici de su vivienda al centro de investigación donde trabaja. A este movimiento, le corresponden dos marcados picos en su gráfica de exposición. “Me da rabia saber que no contribuyo a la contaminación pero pago el pato incluso más que otros”, explica. Su caso es agudo, por el trayecto empleado: la Diagonal.

No obstante, las cosas no le han ido mejor a Charlotte, que durante dos semanas del ensayo estaba en el paro, antes de incorporarse a un trabajo en Sant Cugat durante la última. En su gráfica de exposición hay picos repartidos durante todo el día. “Iba en bici todo el tiempo: a entrevistas, al gimnasio en la Barceloneta, a un sitio de Poble Nou…”, explica Charlotte, que vive en el Raval. “Me sorprendió que Barcelona tuviera más contaminación que Londres”, observa comentando las curvas promedio de las tres ciudades del proyecto.

“Es una cuestión de higiene pública: antes fueron las aguas residuales y las basuras, ahora le toca a la polución”

“El lugar de la vivienda, el lugar del trabajo y el trayecto y medio empleado parecen jugar un papel en la exposición”, afirma cautamente Ávila-Palencia. Los casos de Marcos y Montserrat son ejemplos de ello. Marcos, doctorando en biomedicina, vive en Canovelles y trabaja en el mismo centro de investigación de Ávila-Palencia, en el ventilado frente marítimo de la ciudad. Su exposición es baja: no obstante, es suficiente el trayecto a pie desde la parada de tren de Arc de Triomf hasta el mar (y vuelta) para plantar dos picos en su gráfica.

Montserrat vive en Sarrià y baja a la plaza de Sants por la calle Numància, dos días por semana en moto y tres aminando. “Me sorprendió que tuviera una exposición relativamente baja”, observa. Esta meteoróloga se lo explica con que su barrio es alto y ventilado y sobre todo tiene amplias áreas prohibidas a los coches.

No todas las historias son de fácil interpretación. En el momento del ensayo, Àlex era investigador y trabajaba en el mismo centro a primera línea de playa de Marcos. Se desplazaba hacia allí cada día en metro, desde Badalona. Su gráfica tiene un misterioso pico muy alto a la hora de la vuelta a casa. “¿Quizás en algún desplazamiento se ha ido a una zona muy contaminada? Solo son interpretaciones”, observa Ávila-Palencia.

Todos los voluntarios ven a su día día de forma distinta ahora. Luca piensa estudiar si existen mascarillas protectoras eficaces (la eficacia de las comerciales no está demostrada). Marcos no se plantea mudarse a Barcelona, aunque esto le ahorraría tiempo. Montserrat ya no baja por Numància, sino por Ecuador. “No soy yo que tengo que cambiar. Quienes pueden hacer algo son los que van en coche”, observa Charlotte. “No voy a encerrarme y dejar de hacer actividades al aire libre”, exclama Àlex.   

“El rechazo al cambio es normal, pero sólo hay una solución: reducir la fuente emisora, o sea, los coches”

La realidad, es que se puede hacer poco a nivel individual: desplazarse por calles menos transitadas o no esperar encima del paso cebra, sino un poco atrás (especialmente si se va con carrito). Abandonar la bici es mala idea, ya que los beneficios del ejercicio compensan la exposición a la polución. Tampoco es buena idea irse de la ciudad, si después se va a ir y volver en coche.

“La solución real es frenar la fuente emisora: los coches”, resume Ávila-Palencia. “Dentro de 20 o 30 años miraremos atrás y la contaminación actual nos hará el mismo efecto que ver una sala de cine llena de humo de tabaco”, afirma Luca. “Es una cuestión de higiene pública: antes fueron las aguas residuales, después las basuras… ahora le toca a la contaminación”, observa Montserrat. “El rechazo [a las medidas contra el tráfico] es normal, como cuando se prohibió fumar en los locales. El beneficio se vio luego”, comenta Alex

Montserrat se queda con una imagen. “Cuando devolví los sensores, salí del centro de investigación delante del mar: había llovido, la arena estaba mojada, todo limpio, sin contaminación…”. Quien sabe si, en algún momento, todos los días en Barcelona serán así.