BARCELONEANDO

Tres toques y repique

El bloguero Miquel Cartisano ha inventariado más de 700 picaportes en sus largas caminatas

Miquel Cartisano, con el picaporte de Casa Calvet, en el número 48 de Casp.

Miquel Cartisano, con el picaporte de Casa Calvet, en el número 48 de Casp. / periodico

OLGA MERINO

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Hubo un tiempo, cuando aún no se habían inventado ni el timbre ni la sofisticación del portero automático, en que el visitante ocasional y el cartero tenían dos opciones llegados a la puerta de un edificio: avisar desde la calle a grito pelado o bien llamar con la aldaba, artilugio consistente en una pieza maciza de metal que percute sobre otra, la que recibe el golpe y se llama tas, una palabra fetiche, por cierto, para completar crucigramas.

En los inmuebles de más de dos plantas, los convecinos compartían una especie de código morse para dilucidar a qué inquilino correspondía la llamada, un lenguaje que combinaba golpes secos y espaciados entre sí, como indicativo del piso, seguidos de tantos repiques como puertas tuviera el rellano. Ya saben, 'tres pics i repicó' para el tercero segunda.

Aunque los antiguos llamadores ya solo constituyen un elemento decorativo, en Barcelona se conservan bastantes, muchos más de los que cabría imaginar. Y hete aquí que, siguiendo la pista de los picaportes, el azar me conduce hasta la puerta de Miquel Cartisano (Barcelona, 1953), un caballero jubilado, de sólida formación humanista y autor del blog totbarcelona.wordpress.com, un 'flâneur' vocacional que ha inventariado no menos de 700 aldabas en sus largas caminatas por la ciudad. Y no solo eso.

CURIOSIDADES CAPTURADAS

Digamos que estoy de suerte; potra, más bien. Siento algo parecido a lo que debió de experimentar el egiptólogo Howard Carter cuando, tras años de infructuosas excavaciones, de cabezazos contra la pared y paladas de tierra vana, descubrió la tumba del faraón Tutankamón en el Valle de los Reyes: de repente, zas, la luz. Porque resulta que Cartisano —padre calabrés, madre catalana y de la CNT— atesora un filón de curiosidades capturadas con su cámara de miniatura durante una década de largos paseos en compañía de su esposa, Mayte.

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Paseos sin reloj ni rumbo porque el que no busca es quien encuentra: tapas curiosas de alcantarillas, carteles de tiendas que ya no existen, limpiazapatos de metal para quitar el barro pegado a las suelas cuando no había asfalto… Una mina, ya digo, de pequeñas historias barcelonesas.

Pero a lo que íbamos, los picaportes. Muestra el bloguero fotografías con todas las formas imaginables: dragones, perros, la humilde argolla, leones, indios emplumados, peces, extrañas máscaras africanas, grifos y otros animales mitológicos, florilegios de metal o caballos acompañados de una herradura con las puntas hacia arriba para que la suerte no resbale.

La mano es un motivo recurrente, ya con el anillo en el anular o en el corazón, circunstancia que invita al explorador Cartisano a especular con la posibilidad de que la posición en un dedo u otro indicara la presencia de mujeres casaderas en la finca. Disculpará el lector que no revelemos el lugar exacto donde se ubican los picaportes con el fin de confundir a los amigos del cobre ajeno, que arramblan con todo.

CAPRICHOS DE FORJA

En cuanto a los metales, también los hay de todo tipo, desde el modesto latón cuajado en molde, hasta caprichos de forja en hierro dulce. Se podría trazar incluso un mapa de Barcelona siguiendo la factura los llamadores, nobles en los barrios ricos, más sencillos y prácticos —un triste perno— en los barrios menestrales. La locución “tener buenas aldabas” ya advierte de la utilidad de los buenos contactos, de las puertas influyentes donde llamar en caso de necesidad.

Dando un paseo, nos acercamos con Miquel hasta Casa Calvet (Casp, 48), cuyo portalón exhibe tal vez el más hermoso picaporte de Barcelona, de unos 75 centímetros de altura. Se trata de una cruz de brazos iguales que golpea el caparazón metálico de un escarabajo, una exaltación de la fantasía barroca que salió de la cabeza lisérgica de Gaudí y forjaron los músculos de un artesano llamado José Perpiñá Bellí.

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Cuentan las crónicas que era un obrero grandote y fornido, un hombre de pocas palabras pero cuya destreza en el oficio hizo que Domènech i Montaner, otra de las vacas sagradas del modernismo, le pusiera el apodo de Vulcanus, el dios del fuego.

Ante la magnífica mansión que diseñó Gaudí en 1898 para los Calvet, una familia acaudalada del textil, cobra su pleno significado el viejo refrán “a tal casa, tal aldaba”. Pero, ay, la curiosidad se muere por saber cuánto le pagaron al señor Vulcanus por dejarse las manos en el yunque.