Nadie echó de menos a Teresa

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GUILLEM SÀNCHEZ / BARCELONA

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Un día, Teresa ya no apareció más. Los vecinos dejaron de cruzarse con ella en el vestíbulo y en el ascensor. En su buzón comenzó a acumularse un fajo que sobresalía por la ranura, todo era publicidad. A través de la ventana del patio interior, se veía una luz encendida. Pero si alguien llamaba a su puerta, no respondía. Tampoco cogía el teléfono.

Con el paso de las semanas, un hedor extraño empezó a incomodar a los vecinos de su rellano. Pero cuando estaban a punto de descolgar el teléfono y llamar al 112, desaparecía. Como por arte de magia, dejaba de notarse. El 20 de abril, regresó la peste y avisaron a los Bomberos. En cuanto se presentaron en la finca, reconocieron aquel olor. “Hay que entrar”, dijeron.

Un bombero se descolgó desde la planta superior y se coló por la ventana. Al entrar en la casa, halló el cuerpo de Teresa sin vida. Llevaba un mes así. ¿Y nadie la echó de menos durante todo ese tiempo?

MÁS DE CIEN CASOS CADA AÑO

Los Bomberos de Barcelona atendieron durante el año pasado 132 emergencias en las que fueron reclamados para abrir puertas de casas que encerraban a una persona muerta en el interior. En este 2016, ya van 44.

El jefe de Operaciones de los Bomberos, Miquel Àngel Fuente, matiza que no todos estos casos se corresponden con ancianos. Pero, sin lugar a dudas, son “la mayoría”. En Barcelona, el 11,5% de los habitantes tienen más de 75 años y un tercio de estos están solos. Principalmente son mujeres. “Porque ellas viven más años y porque a los hombres quizá nos cuesta más aguantar sin compañía”, elucubra Fuente, tras más de 30 años atendiendo esta clase de servicios.

El servicio de teleasistencia del ayuntamiento atendió durante el 2015 a más de 80.000 personas con un grado de autonomía bajo que viven solas. El servicio divide la intensidad del seguimiento municipal en función de la fragilidad de esas personas. Si tienen enfermedades crónicas o una edad muy avanzada, la vigilancia se intensifica. Llaman periódicamente, los visitan en su domicilio o los ayudan con tareas domésticas.

Los ancianos asistidos llevan además un llamador, colgado del cuello, que les permite avisar a urgencias si sufren una caída o un desvanecimiento que les impida llegar hasta un teléfono. La labor de entidades sociales como Amics de la Gent Gran mitigan la parte más dolorosa de su aislamiento: la soledad. Los voluntarios los sacan a pasear o les llevan una rosa cuando llega Sant Jordi. 

SE EXTIENDE LA MANCHA DE LA SOLEDAD

La población de Barcelona evoluciona. Fuente recuerda que hace más de 30 años casi todos los ancianos que habían muerto en la soledad de su casa vivían en el distrito de Ciutat Vella. En el Raval, sobre todo. Poco a poco, esta tendencia se fue desplazando hacia el Eixample. Actualmente, “la mancha” se ha expandido a toda la ciudad. Los barrios que recogieron a los inmigrantes del sur de España estaban poblados por gente joven durante las décadas de los 60 y 70. Ahora ya son mayores.

Teresa vivía en Les Corts. Tenía un carácter conflictivo y había llevado a juicio a las últimas presidentas de la finca, todas mujeres que encajaron sus desvaríos con toda la paciencia de la que fueron capaces. Aquel 20 de abril, su vecina la descubrió tratando de abrir la puerta. “¿Necesitas ayuda?”. “No”, obtuvo por toda respuesta. La vecina regresó al cabo de una hora de recoger a los niños en la escuela. Allí seguía Teresa, peleándose con la cerradura. “Teresa, deja que te ayude”, le dijo mientras le cogía las llaves. Teresa accedió y se dejó ayudar.

Entonces la vecina no le dio importancia a aquel episodio, ni siquiera estaba segura de que Teresa se hubiera pasado una hora entera frente a su puerta, incapaz de abrir la cerradura. Pero ahora, casi todos creen que sí, y que aquel fue el prólogo de su muerte, que no tardó en llegarle.

UNA VENTANA ABIERTA

Teresa murió dejando en su casa una ventana abierta. La ventilación hizo que la descomposición de su cuerpo pasara desapercibida demasiado tiempo. En función de las corrientes del aire, los vecinos de su rellano notaban el hedor o dejaban de hacerlo. Los bomberos necesitaron tan solo un instante para estar seguros de lo que ocurría.

“El olor de una persona muerta es inconfundible, cuando lo hueles la primera vez se queda registrado en tu memoria olfativa para siempre”, admite este jefe de bomberos. “Este tipo de rescates no son especialmente traumáticos porque forma parte de la vida que una persona mayor muera”, recuerda.

A los pocos días de su defunción, “alguien”, explica una vecina, se presentó en su casa, se llevó lo que quiso y vació de publicidad el buzón. En la comunidad sospechan que ese alguien estaría emparentado con ella de algún modo. Lo bastante cercano para tener sus llaves, pero lo bastante alejado para no echarla de menos durante más de un mes. 

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