"¡Anda, un patio!"

La Fàbrica Lehmann, un patio de aire parisino oculto en el Eixample, acoge una veintena de talleres creativos, incluido el de Josep Abril. "La Barcelona escondida", la llaman

BARCELONEANDO FABRICA

BARCELONEANDO FABRICA / periodico

ANA SÁNCHEZ

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La gigantesca puerta de madera está entreabierta. “¡Anda, un patio!”. Dos señoras de paseo dominguero cuelan la cabeza con el disimulo propio de una peli de espías de serie B. Unos metros de pasadizo las separan de un patio empedrado que parece recién traído de París. Ponen la misma mirada de alegría incrédula que tienen los náufragos al avistar tierra. ¿Un oasis en el Eixample? Ni se imaginan que hace no mucho se vio aquí a una mujer comiéndose un corazón.

Las señoras están bajo el número 159 de Consell de Cent. Miran a los lados, preguntan al aire: ¿qué es esto?, ¿se podrá entrar?, dicen caminando hacia dentro con la decisión de un explorador con salacot. “Fàbrica Lehmann”, anuncia un pequeño cartel con cuatro párrafos de historia. “Antigua fábrica de muñecas Eden-Bébé”. Eran unas muñecas de porcelana de principios del siglo XX, esas que ahora son carnaza de película de terror. Ahí sigue intacta en el patio la chimenea de 25 metros donde se cocían.

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Se recomienda detenerse al final del pasadizo junto a las dos hileras de buzones de los inquilinos. Si se leen del tirón, podrían causar una sobredosis artística. Un nombre destaca en rojo: Josep Abril. Junto al taller-'showroom' del diseñador, se concentran una veintena de estudios creativos: pintores, ceramistas, editores. Aquí se respira un aire tan bohemio que se podría enlatar.

Hoy el patio tiene más vaivén del habitual: una veintena de invitados toman vermut entre niños con babis con pintura reciente. El único local abierto es el de Dinamo-Studio: celebran su tercer aniversario con un ‘showroom-lab’. Es un adelanto de sus ‘serisundays’: el primer domingo de cada mes, organizarán talleres de estampación y serigrafía con vermut y "paellas-creativas".

UNA CHICA SE COMIÓ UN CORAZÓN EN EL PATIO

En este patio se han visto cosas que no creería ni el replicante de ‘Blade runner’. “Una chica desnuda pintada de rojo comiéndose un corazón”, da fe Ana Delgado. Era una ‘performance’ que acompañó a la presentación de un libro de poemas, aclara riendo.

A Ana (Dinamo-Studio) le pasó hace cinco años como a las dos señoras del principio. “No sabía si entrar”, recuerda. “Iba a por unas cuerdas de guitarra aquí cerca”. Entró y se topó con Josep Abril. “¿Estás buscando un espacio?”, le dijo. “No, pero me encantaría”.

Desde entonces, han ido alquilando los locales cada vez más artistas. La decadencia del espacio ha pasado a ser decadencia-con-encanto. “Cada uno ha ido arreglando su rinconcito”, apunta Ana.

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Los vecinos-creativos ahora se reúnen para tomar decisiones comunes. Cada año montan una jornada de puertas abiertas en junio y un mercadillo navideño. Reciben todo tipo de peticiones para alquilar el patio: para bodas, películas, incluso les han propuesto que sea una parada de rutas turísticas en bici. “Nos lo piden mucho para hacer cosas, pero este es un lugar de trabajo. Y, además, no es nuestro, es de una familia” (todos están de alquiler). Alessia Zoppis habla frente al taller de Josep Abril. Ella y su socio/marido son los veteranos de la Fàbrica Lehmann: llevan 15 años. Cuando llegaron, había talleres de coches, herreros, sobre todo “oficios”. Incluso había portera: Adela. “Crió a cinco hijos en una portería superpequeña”.

Es lunes, la fábrica ha vuelto a la normalidad laboral: al chup-chup creativo. “Es la Barcelona escondida”, dice Alessia mirando el patio. “Con el tiempo –vaticina con resignación– saldrán los pequeños talleres y llegará gente con dinero”. Van subiendo los alquileres, añade. Entre los estudios 'vintage', ya se ven un par de locales totalmente reformados. 

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“Es un sitio privilegiado para talleres –añade Isabelle Kriegel–, una de las pintoras que comparte el estudio de Imma Vallmitjana, un local hipnotizante. “Es una pena –señala la puerta de al lado–. Ese es un taller como el nuestro y ahora funciona como piso turístico”.

“Si intentas arreglar algo que no necesita ser arreglado, pierde su encanto”, dice una de las arquitectas de la fábrica, Laia Cisteró, de AL Taller. Los vecinos, asegura, quieren que los barceloneses disfruten de su patio, pero no convertirse en un Poble Espanyol. “Queremos compartirlo, pero no venderlo”.

De momento, la gigantesca puerta de madera sigue entreabierta para, como dice Laia, poder salir de la ciudad metiéndote en una manzana.