La música en vivo se extingue en Barcelona a la espera de una nueva normativa

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NANDO CRUZ / BARCELONA

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Hoy se cumple un mes desde que Heliogàbal dejó de programar conciertos. El bar está vacío casi cada noche. Pero nada ha cambiado desde entonces. El ayuntamiento trabaja contrarreloj para desbloquear una situación que tiene al local de Gràcia y a varias decenas de espacios de pequeño formato que quieren programar música en vivo entre la alegalidad y la ilegalidad. Bueno, algo sí ha cambiado: el Music Hall también celebra hoy su último concierto. Los motivos de este local de la Rambla de Catalunya son otros, pero el caso se suma a una tendencia que ya viene de largo: en Barcelona cada vez hay menos espacios en los que escuchar música en vivo.

La Plataforma Música Viva, que agrupa locales del Raval, Poble Sec y Sant Antoni, exige una normativa que permita programar actuaciones en bares. Mientras, fuentes del ayuntamiento aseguran que la solución a este problema, que la ciudad arrastra desde hace décadas, es inminente. El caso del Heliogàbal ha sido el más mediático, pero en los últimos tiempos muchos otros locales han sido precintados o han tenido que dejar de programar conciertos sin que apenas nadie se enterase. Sergio Markovich, el responsable de la asociación El Arco de La Virgen, cita, solo en el Raval, "la asociación El Colmado, el bar La Ramona, el bar Lupita, la asociación La Cerilla, el Marry Ant y la asociación Gnawa Raval".

Las inspecciones y las multas no siempre son el factor determinante, pero una presión constante puede colmar la paciencia de los propietarios de los locales que, cuando las cuentas ni siquiera salen, acaban arrojando la toalla y asumiendo que quizá no tiene sentido programar música en una ciudad que no fomenta, protege ni tolera su existencia. Eso es lo que quiere resolver el ayuntamiento, pues mientras en Londres pueden coincidir más de 200 conciertos en un solo día, en Barcelona puede haber uno o ninguno.

Otro distrito en el que ha caído en picado el número de espacios para oír música en vivo es Gràcia. Cada uno tiene su historial, pero el Falstaff busca comprador, el Elèctric Bar es hoy una croquetería (eso sí, se llama Croq & Roll) y el Switch y La Milagrossa ya no programan conciertos. Hasta el mítico escenario del KGB fue desmontado cuando sus nuevos dueños transformaron el local en discoteca. En Sants, el primer intento del colectivo cultural La Hormigonera de programar música se topó con una inspección fulminante de la Guardia Urbana. La sala Monasterio, del Paseo de Isabel II, ha emigrado al Port Olímpic. Y la sala Underground se esfumó del Eixample, para renacer como New Underground en Les Corts.

FLAMENCO PARA TURISTAS

Barcelona es una ciudad cada vez más complicada para programar música en vivo en locales de pequeño o medio formato. La última prueba es el Music Hall. Es la sala mejor ubicada de la ciudad y desde hace cinco años se había posicionado entre las más activas, con una docena de conciertos al mes. Hace dos semanas, su programador, Héctor Caballud, recibió la noticia de que la empresa Flamenco Barcelona la había alquilado para ofrecer espectáculos de flamenco para los turistas de martes a domingo.

El negocio de los conciertos iba bien, pero la empresa gestora del Music Hall, el grupo Otto Zutz, ha preferido esta oferta, más cuantiosa y segura. El dueño del local posee también el restaurante contiguo, así que la lógica inmobiliaria hace sospechar que tarde o temprano llegará una oferta aún mayor para transformarla en una tienda de ropa. Esta ha sido la última semana de conciertos en el Music Hall. El cantautor estadounidense Joshua Radin despedirá hoy a ese escenario. Después, solo The Steepwater Band, el 16 de abril, y Damien Jurado, el 6 de mayo, volverán a ocuparlo. El resto de conciertos quedan suspendidos o se trasladarán a otras salas. Una que no los acogerá es Be Cool, pues también ha dejado de programar conciertos. Visto el panorama, la normativa que prepara el ayuntamiento para proteger y fomentar la música en vivo en Barcelona se hace cada día más urgente.

UNA CIUDAD DIFÍCIL

Eduardo García dirige la promotora de conciertos Giradiscos. En poco tiempo ha tenido que tachar cuatro nombres de su lista de locales en los que programar giras de paso por Barcelona: Lupita, Heliogàbal, Moog y Music Hall. Desde su oficina en Madrid lo ve clarísimo: "Si tenemos en cuenta su peso específico en el circuito de directos y su tamaño, Barcelona es una ciudad muy difícil para programar conciertos medianos y pequeños". Al cierre continuo de locales y la asfixiante oferta festivalera añade el precio del alquiler: "En Madrid es fácil conseguir una sala con aforo para 200 o 300 personas por 200 euros o menos; puede que hasta gratis si eres un promotor habitual. En Barcelona, por menos de 350 euros es complicado e incluso hay salas donde el precio base es 500 euros", explica.