Asociarse o temblar

Pequeños locales de música en vivo de Barcelona sobreviven como asociaciones culturales gracias a miles de socios

Freedonia

Freedonia / periodico

NANDO CRUZ / BARCELONA

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Cuando a principios de enero el Heliogàbal se vio acosado por las inspecciones de la Guardia Urbana, puso en marcha una idea que les rondaba hacía ya semanas: solicitar a su clientela que explicitase el interés por el proyecto cultural del bar. En unos días 800 personas se hicieron socias del local. Hoy ya son más de 1.700 las que respaldan al Helio con su firma y NIF. Es una práctica que ya llevan a cabo otros locales como el Hi Jauh USB del Poble Nou, que funciona como taller de artistas y monta conciertos intermitentemente para sus 2.200 asociados. También funciona mediante este sistema de carnet de socio anual el Magia Roja de Gràcia.

La asociación cultural es otra argucia legal por la que optan quienes desean promover la música en vivo en Barcelona sin morir en el intento. El Freedonia, en Ciutat Vella, también funciona como club social privado. Para consumir bebidas o disfrutar de su oferta cultural tienes que ser socio. En el último año cobran una cuota de 1,5 euros anuales. Y así han sumado 12.000 socios. "El ayuntamiento me respeta por eso", asegura Coque Sánchez, dueño del Freedonia. "No hemos usado la fuerza de los asociados, pero cuando hablas con el ayuntamiento te escuchan más", intuye. 

LA BARRA ES LA VIDA

Sánchez abrió el Freedonia en el 2009. Desde entonces ha invertido 100.000 euros en acondicionar el local. Aún debe la mitad. Y lo sacará de vender cervezas a 2,5 euros y copas a seis. "El local vive de la barra porque los 60 euros que cobramos de alquiler a los grupos que vienen a tocar son para el técnico de sonido", explica Sánchez. No exagera mucho cuando afirma que, ahora que el Heliogàbal no hace conciertos, el Freedonia es "el último sitio donde se pueden hacer actividades de manera independiente con un precio adecuado y justo tanto para el público como para los grupos". 

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Estos microlocales, a menudo más parecidos a una habitación que a una sala de conciertos, son negocios ruinosos en los que la tenacidad pesa mucho más que las cuentas. Tal vez el ciudadano medio los imagine llenos de humo, ruido y gente, pero a menudo los conciertos están medio vacíos. Es un riesgo asumido por promotores, artistas y espectadores. Así funciona la carrera de un músico emergente. Pero ahora los locales que no cierran cuando las pérdidas ya son inasumibles, como ocurrió con el Lupita, lo hacen por la creciente presión municipal, como sucede con del Heliogàbal.

YA HAN CAÍDO TRES O CUATRO

Sánchez es también el presidente del Eix Cultural Emergent que da voz a varias asociaciones culturales de Ciutat Vella: "Mientras se hace esta normativa, ya han caído tres o cuatro locales. El Arco de la Virgen hace meses que no abre, el Gypsy Lou tiene un expediente por exceso de aforo y La Rouge, lo mismo. En seis meses esto será un solar", profetiza. Por eso, otros locales, eternamente amenazados, sueñan con una moratoria mientras se redacta la normativa. 

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Como dice Sánchez, "esto va a rachas: aunque no tengas quejas de los vecinos, puede entrar un urbano de oficio y expedientarte. Así no se puede trabajar. Es como si tuvieras una casa okupa. ¿Para qué invertir en un local que en cualquier momento te pueden chapar?", se pregunta.

RESPALDO SOCIAL

Varios bares que acogen música en vivo se han interesado estos días por la acción del Heliogàbal: tantear cuánto respaldo social real tienen y sumar socios. El Eix Cultural Emergent, agrupa ya varias asociaciones. "Si hiciera falta hacer una campaña, nuestros 12.000 asociados harían mucho ruido. Pero si sumamos los socios de cada local, podemos hacer algo muy potente", aventura Sánchez.

El propio Sánchez lleva seis años trabajando con los distintos gobiernos municipales para resolver el tema, pero no ha habido manera. Por eso hace suyas las palabras de Miquel Cabal del Heliogàbal cuando mostraba su deseo, casi irreal, de que "poder ir andando desde casa a ver un concierto porque en cada barrio hubiese dos o tres espacios en los que escuchar música en vivo".

Por ahora, la realidad es otra: en Barcelona, a un grupo emergente que utilice batería y que busque un local para tocar ante unas 40 personas, cada vez le quedan menos opciones. Una o ninguna.

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