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Siempre en deuda con los griegos
La Olimpiada de Filosofía reunió a varios jóvenes cachorros del conocimiento. Prometían
No resultó tan cómico ni trepidante como aquel Alemania-Grecia de filósofos que recreó Monty Python. Tampoco era la intención. Aquel fue un duelo histórico en forma de gag por el cetro universal del pensamiento, decidido en el último minuto por un golazo de Sócrates (de cabeza, lógicamente) ante el que Leibniz, ocasional guardameta germano, no pudo sino hacer la estatua, como la que le recuerda en su Leipzig natal. Kant, Heidegger, Schopenhauer, Nietzsche, derrotados por Heráclito, Platón, Sófocles, Aristóteles… (¿es posible que cuando Merkel y Schäuble atornillan hoy a Tsipras y Varoufakis haya ahí algo de venganza?). Lo que ocurrió el pasado sábado en el CCCB, vayamos al asunto, aún no tiene la condición de clásico, pero todo se andará. Se ¿disputó? la segunda edición de la Olimpiada de Filosofia, una competición de ideas entre estudiantes de 16 y 17 años, edad muy platónica.
El sábado -era temprano- venía después de un viernes en el que TV-3 había emitido Una historia de violencia, película que somete a la condición humana a un considerable apretón moral. Da que pensar, vamos. El hombre tranquilo y con los fantasmas del ayer bajo mil llaves en su castillo mental cuyo pasado -turbio como un tesorero del PP- reaparece ante sus narices de la manera más inesperada, y con muy malas intenciones. Y entonces debe matar a unos tipos, no tiene más remedio, para que su vida siga adelante con la placidez del buen padre y mejor marido que había enterrado al matarife que él mismo fue.
El darwinismo, la supervivencia, la ley del más fuerte. Viggo Mortensen sale del paso apretando acelerador y gatillo: a lo bestia se calman las cosas. ¿Qué habría hecho cualquiera? Con ese bonito dilema fresco en la cabeza se encamina uno hacia esa olimpiada de filosofía en la que compiten chicos y chicas con todo por hacer. Daban ganas de preguntarles si darían plomo a media docena de congéneres (malos como la grúa, hay que admitirlo) con tal de salvar los muebles familiares, pero la película era para mayores de 18, seguro que no la vio ninguno.
Y los organizadores del concurso tenían otros planes. Les preguntaron: «¿Nos humaniza o nos deshumaniza la técnica?». No suena tan encarnizado, pero cualquier desenlace es posible con varias decenas de muchachos carentes de sedentarismo cultural dispuestos a pasar una hora y media reflexionando y escribiendo sobre la cuestión. Al final resultaron elegidas las exposiciones de Marc Franco, de Girona, y Cristina Iruela, del distrito de Sant Martí. «La ciència i la tecnologia -razonó Marc, en resumen- han avançat a un ritme trepidant. Construïm i destruim en tant poc temps que mai donem temps a l'ètica a atrapar el progrés en aquesta cursa infinita». «La técnica -dedujo Cristina- no nos humaniza ni nos deshumaniza. La técnica está allí, existe y sería necio renegar de ella. Depende de si los valores con los que nos acercamos a ella son humanos o, por el contrario, no lo son».
Que san Eureka les conserve el discernimiento. Dos chicos estupendos, hambrientos lectores ambos, hijo de médicos él, hija de filólogos ella; como para depositar unos kilos de fe en la maltrecha condición humana, aunque -filosóficamente hablando- eso de la fe sea en sí campo de batalla de polémicas viejísimas (¿verdad, señor Wert? ¿verdad, señores del Estado Islámico?).
El sol saldrá mañana, o no
Hasta la salida del sol se puede cuestionar, o al menos eso hacía David Hume, deslumbrante pensador escocés del siglo XVIII. Sostenía que no se puede demostrar que mañana vaya a amanecer, porque el hecho bastante impepinable de que el sol vuelva se basa únicamente en la experiencia de siglos viendo el despuntar del día, pero podría ocurrir que el astro muriera de repente. A Hume, que no se olvide, le iba provocar. «No es contrario a la razón preferir la destrucción del mundo entero a un arañazo en mi dedo», era su hit.
Tiene mucha cuerda la filosofía, mientras haya jóvenes cuestionando las cosas y, también, fabulosos alemanes y griegos echándose unos partidos. El mismo Varoufakis, bajo esa apariencia de viril brazo armado del afable Tsipras, dejó una perla el otro día, tras el pacto con el resto de europeos. «Algunas veces, como Ulises, necesitas atarte al mástil para llegar adonde quieres y evitar las sirenas». Siempre estaremos en deuda con los griegos.
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