La Santa Coloma redimida

Mejora en la accesibilidad 8 Usuarios de la L-9 del metro acceden al barrio de Singuerlín, en Santa Coloma de Gramenet.

Mejora en la accesibilidad 8 Usuarios de la L-9 del metro acceden al barrio de Singuerlín, en Santa Coloma de Gramenet.

VÍCTOR VARGAS LLAMAS / SANTA COLOMA DE GRAMENET

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«Bajo a Santa Coloma». La paradoja de la frase llega cuando la pronuncian no desde Badalona o Montgat, sino vecinos del Singuerlín Les Oliveres'santacolomencs' en toda regla. Para entender la peculiaridad, pocas voces más autorizadas que la de Eva, esta cartera que a sus 42 años ha repartido correspondencia por todo el municipio. «Aquí siempre se hablaba de Santa Coloma sin la sensación de formar parte de ella. Hay una fuerte conciencia de barrio, una autonomía que se ha desarrollado por las distancias y las dificultades de comunicación», explica. Hasta hace poco. Y es que la llegada del metro a la montaña colomenca, hace poco más de cinco años, sienta las bases de «una nueva relación» entre el centro y el extrarradio.

Más perspectiva e idéntico análisis el de Francisco Timoneda, con 64 de sus 79 años en la ciudad. Recuerda «las penurias» para trasladarse cuando el agua arrasaba continuamente el único puente que conectaba la ciudad con su entorno. Como buen jubilado, sigue la evolución de las infraestructuras y por eso valora las «oportunidades» de la L-9, 60 años después de la construcción del nuevo puente, otro hito para «transformar» la ciudad.

Mejoras en los accesos de la que se beneficia la educación, una de las grandes apuestas de la ciudad, desde las escuelas hasta el puntero campus de la alimentación Torribera, pasando por el instituto Les Vinyes, donde Alberto Rodríguez estudia un grado superior de diagnosis clínica. Este vecino de Montigalà sostiene que el metro «ha acabado de poner en el mapa» a esta zona a menudo «olvidada» de Santa Coloma.

Sangre y palos

Más crítico se muestra David Castellano, de 29 años y nuevo vecino de la zona, por los «tres transbordos» para ir a ver a su familia al cercano Sant Adrià de Besòs. No obstante, alaba que la L-9 pone el Singuerlín y Les Oliveres «en la órbita de Barcelona». «Eso si no meten mano las empresas privadas y acabamos sufriendo los usuarios, que ya hemos visto cómo ha acabado el tema de los peajes en las autopistas», dice sobre la hipotética privatización del servicio.

Más contundente, Ascensión Gámiz brama contra «Bárcenas, Pujol y los del caso Pretoria» para desdeñar las quejas de falta de liquidez para culminar el proyecto. «Hubo años en que aquí solo llegaba un bus. ¡Estábamos dejados de la mano de Dios! Que nos hicieran caso costó sangre y palos», recuerda.

Una lucha vecinal que facilita la vida de la mucha gente mayor de la zona, que se enfrentaban a la baja frecuencia de paso del bus «o la caminata», destaca Evelyn Segura. Sin embargo, la mejora en las conexiones «ha revalorizado la zona a nivel inmobiliario», aumentando la demanda «sensiblemente». También optimiza otros aspectos cotidianos, como incide su madre, Consuelo Delgado, que explica, ufana, que ahora puede dormir «media horita más» para ir a trabajar al Hospital Clínic. Cuarenta minutos más puede retozar Fátima para ir a diario a Diagonal Mar. «Antes cogía la [línea de bus] 27, el metro de Santa Coloma a Sagrera y la línea azul hasta mi trabajo, casi una horita», recuerda, aliviada.

Juliana Díaz rompe la tendencia. Admite que la L-9 es un «avance maravilloso a nivel de servicios», pero no se suma al entusiasmo porque echa de menos la «tranquilidad perdida». «No soporto la ciudad. Me encanta desconectar de todo y de todos en mi jardín», asegura, mientras maldice el día que el metro se acordó de la montaña.