El diagnóstico y las recetas

Un par de soluciones

Tres voces cualificadas explican por qué los ciudadanos de otras capitales del turismo no salen a la calle a manifestarse contra un sector económico que se autoproclama como una bendición

Protesta vecinal en la Barceloneta contra el turismo incívico.

Protesta vecinal en la Barceloneta contra el turismo incívico.

CARLES COLS / Barcelona

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Amarillo Slim, uno de los más legendarios jugadores de póquer de todos los tiempos, es el padre de un lema que debería estudiarse en las facultades de Economía y, sobre todo, en las de Turismo. «Se puede esquilar a una oveja toda una vida, pero despellejarla, solo una vez». Ese era su gran consejo a todo aquel jugador novel con una buena combinación de cartas en la mano, como la que parece que tiene Barcelona en el tapete internacional del turismo. Se suele decir que todo empezó con los Juegos Olímpicos de 1992. Pep Bernades, fundador de Altaïr, una de las mejores librerías de viajes del mundo (Gran Via, 616), le da una vuelta a esa tópica afirmación. «Barcelona entró en la lista de destinos que todo viajero desea conocer antes de morir». Eso es más que estar de moda. Es estar tocado por la gracia de la fortuna. Y entonces, de repente, ha sucedido lo imprevisto. Grupos de barceloneses se manifiestan en la calle en contra de un sector económico que se supone que es una bendición. ¿Por qué lo hacen? Ahí van unas respuestas.

Ramon Parellada abrió un conocido restaurante en la calle de Argenteria en 1983, cuando allí, aún sin turistas, casi no había más faro que Zeleste y unos cuantos bares de moda en el Born. Luego se empeñó en recuperar el antiguo hostal La Paz, un hotel venido a menos, pero que en sus tiempos era la puerta de aquellos que marchaban a hacer las Américas. Parellada, quiera o no, forma parte pues del negocio hotelero y restaurador de la ciudad, pero en realidad es un romántico y, por ello, un caballo de Troya en el sector. «Cuando el Born era el mercado central, el bullicio comenzaba de madrugada, era imposible dormir, seguro. Pero nadie se manifestaba contra el Born, porque poco o mucho todos vivían de él». Es un ejemplo extraordinario. Según Parellada, es indiscutible que el turismo trae riqueza, pero beneficia a algunas personas, no a todo el mundo. «De un tiempo a esta parte prima el negocio rápido, la política de tierra quemada». Vamos, despellejar la oveja, como diría Slim.

Lo bueno de Parellada no es, sin embargo, que sea capaz de realizar un diagnóstico, sino que pone sobre la mesa recetas para sanar al paciente. En su opinión, abrir la espita municipal a los apartamentos turísticos fue un disparate. Era una mejor vía -«lamentablemente desdeñada», dice- copiar la fórmula anglosajona de los bed and breakfast, permitir que las familias barcelonesas que quisieran convirtieran parte de su propio hogar en un alojamiento turístico. Las ventajas hubieran sido dos. Primera, menos conflictos en las comunidades de vecinos. Segunda, y tal vez más importante, que como en tiempos del viejo Born, el beneficio se hubiera repartido más justa y equitativamente.

¿Aceptarían los hoteleros, no obstante, una competencia así? Bueno, no está de más recordar que como lobi ejercen presión para que se cierren los apartamentos turísticos ilegales, lo cual de entrada les hace simpáticos en los tiempos tempestuosos que corren, pero son ellos mismos los que impúdicamente han anunciado que su propósito empresarial es pasar de los siete millones y medio de turistas anuales a 10 millones. Es un incremento del 33%, y eso en una una ciudad donde uno de cada dos barceloneses opina ya que no caben más turistas.

¿Dónde está la Rambla?

Bernades, el dueño de Altaïr, sabe como viajero que lo de Barcelona no es una patología rara. Al contrario. Cuenta que no hace mucho visitó Praga. Se alojó en un hotel con unas privilegiadas vistas al puente viejo de la ciudad, así que nada más dejar las maletas en el suelo abrió el balcón. «Le pregunté a mi compañero de habitación algo que parece absurdo. ¿Tu ves el puente Carlos?». Sobre él había tal enjambre de turistas que la estructura de aquella joya arquitectónica era prácticamente invisible, como la Rambla.

El error de Barcelona, según Bernades, ha sido no realizar un chequeo anual a la ciudad, como el médico que cada día visita a su paciente en el hospital. Ese control de calidad, advierte, no debería dejarse en manos de los propios operadores turísticos. El éxito embriaga, es cegador. Va incluso más allá. Sostiene que Turisme de Barcelona es, como resulta obvio, una muy eficaz máquina de promoción de la ciudad, pero con la estabilidad de un castillo de naipes. «Turisme de Barcelona vende un producto del que no puede controlar la calidad». La Babilonia en la que ha degenerado la Barceloneta es la prueba del nueve, pero hay más.

El caso es que, según Bernades, ese morir de éxito que sufre Barcelona no se reproduce miméticamente en otros grandes destinos, como Londres, Ámsterdam e incluso Venecia, clímax mundial, junto a Las Vegas, de la parquetematización urbana. Venecia, de entrada, es un destino diurno. De noche se vacía, tanto que algunas tiendas de suvenirs, cuando los turistas se van, reabren como locales para los pocos residentes de la isla. Por comparar, a Barcelona le debería resultar más interesante el caso de Londres. Los vuelos son económicos, como a casi todas partes ahora, pero la estancia, sobre todo el alojamiento, no lo es. Tal vez Barcelona ha abierto demasiado la ventana de los precios y ahora tiene problemas de congestión.

Límite de habitaciones

Damien Simonis, uno de los autores de la Lonely Planet de Barcelona,  reconoce que esa es una de las pocas soluciones que se le ocurren. «Si se pusiera un límite al número de habitaciones disponibles, los precios subirían por la presión de la demanda». Simonis conoce la ciudad desde que vino a vivir en 1996. «Ya empezamos», pensó la primera vez que vio a un mochilero en el Raval fuera de lo que entonces era la temporada turística. Ahora es de los que ha dejado de pasear por Ciutat Vella, pero, con todo, cree que el turismo beneficia a Barcelona. Según él, se ha invertido en adecentar la ciudad, sus playas y su modernismo, para agradar al visitante, pero también los barceloneses se benefician de ello.

Parellada, Bernades y Simonis son solo tres opiniones cualificadas sobre qué hacer en este momento extraño que vive la ciudad. Debería haber más. De hecho, hasta resulta extraño que una metamorfosis tan extrema como la que ha padecido Barcelona estos últimos años no haya sido objeto de un mayor análisis, por ejemplo, universitario e intelectual. No es que haya un absoluto silencio, sino que las voces críticas son pocas aún y no siempre encuentran altavoz. En ese sentido, el presidente del Ateneu Barcelonés, Jordi Casassas, explica que, tras el intenso otoño político que se avecina, la institución que dirige abordará con profundidad en el 2015 el debate sobre el impacto del turismo en Barcelona. Para los vecinos de la Barceloneta quizá llega tarde.