LA TRANSFORMACIÓN DEL BARRIO MARINERO

La Barceloneta pierde identidad y se aboca al 'modelo Rambla'

Terraza de Can Manel, cuyo futuro se decidirá en las próximas semanas.

Terraza de Can Manel, cuyo futuro se decidirá en las próximas semanas.

PATRICIA CASTÁN
BARCELONA

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Un empleado paquistaní de un negocio de la competencia se plantó hace poco en Can Manel con un mensaje: su jefe quería saber la cifra que Josep Domènech ponía al traspaso del histórico restaurante del paseo de Joan de Borbó. Varios ceros podrían borrar de un plumazo las mesas del local más antiguo de la zona, que no ha cambiado nunca de estirpe familiar. En esta ocasión no hubo trato ni a golpe de talonario, sino más bien todo lo contrario.

Puda Can Manel 1870, como reza en sus vidrieras, reniega de un relevo que siga devorando la esencia de lo que un día fue la zona por excelencia adonde ir a comer pescado fresco y arroces. Pero los Domènech empiezan a dudar de si aquello es una batalla perdida. En los últimos años calculan que entre 15 y 17 establecimientos del paseo han pasado a manos de inversores foráneos (esencialmente paquistanís) que encarrilan su actividad claramente hacia el fenómeno turístico. Unas veces apuestan por macrocolmados que cierran de madrugada, otras por comida rápida y otras mantienen el negocio y hasta su estilo de cocina, aunque no las manos a los fogones.

La nota común son los alquileres y traspasos millonarios que están dispuestos a pagar. En la Agrupació de Comerciants i Industrials de la Barceloneta alertan de que si no se pone coto aquello será «otra Rambla», marcada por el monocultivo comercial.

Los vecinos que se están rebelando contra el turismo de borrachera ya dejaron claro desde su primera movilización que la primera batalla apuntaba al alojamiento turístico y la erradicación de los pisos por días conflictivos, pero no era la única causa. Entre las soluciones de largo recorrido que exigen destaca también la protección del comercio de proximidad que garantice el mix comercial que necesita un barrio.

El cierre de numerosos establecimientos está influido por la crisis, que ha hecho mella en el consumo en toda la ciudad, pero la presión de nuevos inversores dispuestos a pagar altísimos alquileres impide cualquier posibilidad de continuar entre los que finalizan sus contratos. Solo suelen resistir los que son propietarios de su negocio. Lo explica Domènech, esta vez como presidente de la agrupación de comerciantes, con unos 130 asociados.

El caso de Joan de Borbó, como avanzó este diario el pasado jueves, es especialmente escandaloso porque es el eje de entrada y salida de muchos visitantes al barrio. Su gran fachada y donde se retrata la canibalización a la perfección. De allí han desaparecido durante la crisis una tienda de muebles para dar paso a un local de hamburguesas, una de artículos de pesca para ser un colmado, una ferretería de siempre (que ha logrado trasladarse a la calle de Sant Carles) es ahora una brasería, una tienda de fotografía ha devenido en heladería y suma y sigue. Pero además cinco macrocolmados se han hiperespecializado en alcohol, artículos de playa y alimentos de urgencia para el turismo low cost.

Y los restaurantes de toda la vida, aquellos que hicieron popular el barrio marinero, están en extinción. Por una parte, convertidos en plataformas fast food encaradas al visitante y sus gustos. Por otra, pervirtiendo la oferta gastronómica histórica de la zona, ya que llegan a conservar el nombre y la carta, pero despachan incluso paellas congeladas.

TENTACIÓN / Los que sobreviven con tesón, sin ceder a la tentación de un traspaso, rondan solo la decena. Algunos consultados confirman que las ofertas para marcharse son habituales. En ocasiones, si el operador es también propietario, llega a irse porque el alquiler es tan tentador que supone mucho más de lo que el negocio generaba. En otras, cuando acaba un contrato no pueden competir con quien puja sin recato, pagando 15.000 euros o más al mes o un millón por un traspaso.

Entre los tradicionales que mantienen aún su titularidad están Perú, Hispano, El Dique, Toc de Mar, El Rey de la Gamba, La Mar Salada, el Suquet de l'Almirall, Villoro, Can Manel y Can Costa. Estos dos últimos también están en jaque ante la vertiginosa situación inmobiliaria de la zona.

En Can Manel la ley de arrendamientos urbanos (LAU) les fuerza a renegociar su contrato a final de año. Si el edificio no se beneficia de alguna protección (vía plan municipal ahora en redacción) o por ser considerada empresa emblemática se enfrentan a desaparecer, sea porque el bloque se destine a otro posible uso o porque renegocien pero el nuevo alquiler resulte inasequible y les aboque a un traspaso.

Can Costa, también codiciado por inversores paquistanís, está negociando su traspaso -por otros motivos-, pero pendiente de alcanzar un acuerdo para la continuidad de su personal con un nuevo operador.