Los efectos negativos del éxito turístico de BARCELONA

Al servicio del juerguista

los vecinos temen convertirse en otro Lloret ante la desbocada oferta turística

El torsonudismo es unaconstante incluso en los días poco soleados.

El torsonudismo es unaconstante incluso en los días poco soleados. / ARCHIVO / ALBERT BERTRAN

PATRICIA CASTÁN
BARCELONA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Estación de metro de Barceloneta. Abarrotada a cualquier hora. Una marabunta de turistas se asoma a la calle en busca de playa y barrio marinero. Lo primero que verán es un par de supermercados de horario XXL donde el alcohol protagoniza escaparates. Una botella de absenta de 80 grados saluda al recién llegado. Bienvenidos a la nueva Barceloneta, o a lo que algunos vecinos llaman el «nuevo Lloret», en tanto que destino lúdico festivo amenazado por los excesos.

La gran vitrina del carismático barrio (aún hay muchas razones para que los vecinos de siempre resistan) la dibujan el paseo de Joan de Borbó y el Marítim. Los dos renovados, en una tramposa imagen urbanística que no se corresponde con el abandono de muchas calles interiores al que aluden reiteradamente los vecinos. La foto de ambos escaparates, no obstante, tampoco es para enorgullecerse a la vista de un monocultivo turístico del calibre del de la Rambla. No hace falta vender suvenires para ser pasto del viajero efímero. Aquí la oferta es esencialmente estomacal: comida, bebida y lo mismo en versión para llevar a casa. O sea al apartamento turístico por días, donde seguir la juerga a bajo coste.

Una ruta por Joan de Borbó da testimonio del cambio fraguado en la última década. Vertiginoso en los últimos años. Todavía son muchos los restaurantes de arroz y marisco, pero las cartas asaltan las aceras en inglés, francés, alemán y ruso. Tras los fogones y mostradores, más inmigrantes que paelleros de casta, y unos cuantos supervivientes resistiendo a las propuestas económicas de paquistanís con ganas de invertir en el colosal paseo, si el éxito se mide en viandantes.

Expositores de sangría

Otros cinco macrobadulaques (con la misma rotulación) nutren al turista de «articles de conveniència» entre el número 1 y el 72 del paseo. El primero deja claras las prioridades: alcohol en cantidades industriales, artículos playeros y suvenires de bajo espectro son protagonistas. También hay recuerdos en el quiosco (el mercado obliga), patatas fritas para llevar, heladerías hasta la saciedad y una gran steak house o restaurante para carnívoros, donde el turista devora hamburguesas y entrecots a dos carrillos, con opción también a la inefable paella. Oferta de wok y despliegue de tapas, con mesa montada de mojitos y sangrías en plena calle para tentar al bebedor. Y hasta los negocios de siempre se conectan al turismo: un expositor de chancletas a siete euros da la bienvenida (en la vía pública) a una farmacia, en cuyo interior ofrecen también toallas.

Mención aparte merece el apartado de la in-movilidad en las aceras. Porque el peatón tiene que realizar paradas en seco para evitar atropellos de decenas de bicis de alquiler (seis euros dos horas) circulando temerariamente sin contemplaciones. La guinda la añade la fiebre de los patinetes eléctricos que se alquilan tanto en la plaza del Mar como en la calle del Almirall Cervera, entre otras. Los guiris se desmelan con el aparato, sin dignarse a pisar la calzada. No es de extrañar que en una de las tiendas supervivientes de la metamorfosis, un comercio sin nombre de moda que suma 45 años en Almirall Cervera, al que se conoce como La Pepita, varias vecinas hagan alborotado corrillo al ser preguntadas y aludan a un efecto Lloret.

«La verdad es que no podemos más, el turismo está destrozando el barrio, yo no lo rechazo, pero les pido respeto», dice Cleme, que vive en la misma finca. «Fijate en ese edificio», añade, y señala enfrente, donde alguien estampó latas de cerveza y huevos que dejaron huella de otra noche dura. «Hay un deterioro muy bestia, el ayuntamiento lo ha dejado de la mano de Dios», sentencia Maria José.  Y Cleme remacha que « no basta con hablar, hay que actuar» y acabar con el alojamiento ilegal sin aparente control. En algunos balcones se asoman mensajes irónicos que invitan al viajero a «disfrutar» tras haberse cargado el «tejido social y cultural» de la zona.

Parte de ese turismo que pernocta en sus callecitas es el que hace las noches insoportables. «A las tres hay jarana, ¿cómo vamos a descansar y trabajar?», apunta otra vecina, que explica que los bares están vacíos, porque las juergas se montan en los pisos, muchos de ellos en plantas bajas y que convierten las aceras en improvisados picnics etílicos. Es fácil abastecerse hasta las once de la noche. Decenas de colmados despachan los bebercios en un sinfín de calles, a las que se asoman letreros de «piso en venta». En diversas agencias inmobiliarias anuncian quarts de casa de los de siempre, de 33 metros cuadrados, a entre 125.000 y 148.000 euros. La promesa en las fotos es: «Ideal inversión». Para muchos será ideal, pero para el vecino es todo lo contrario.