Radiografía de un sector clave (y 2)

Darwinismo comercial

El Nuria de toda la vida, tal y como Miquel Ferreres lo ha dibujado por encargo de sus dueños.

El Nuria de toda la vida, tal y como Miquel Ferreres lo ha dibujado por encargo de sus dueños.

CARLES COLS
BARCELONA

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Este mes de marzo cerrará en la rambla de Catalunya otro establecimiento de lo que se supone que es la lista de tiendas emblemáticas de Barcelona en peligro de extinción. Es la galería Joan Prats. La arquitectura interior del local es de Josep Lluís Sert, pionero del racionalismo en España, una herencia que no tiene por qué respetar el futuro arrendatario. El negocio actual no cierra. Se muda en busca de alquileres más sensatos. Pagaban por el local de la rambla de Catalunya una renta mensual de 2.500 euros al mes. Fueron a ver al dueño de la finca con una propuesta al alza. Calcularon que más allá de 8.000 la contabilidad de la tienda no cuadraba. Es lo que pusieron sobre la mesa. El dueño les pidió 18.000. Punto final. Se podría concluir que el darwinismo comercial es la nueva ley de la calle en Barcelona, que solo sobrevivirán los más fuertes. Es una teoría, que de ser cierta, es tremenda. A menudo el más fuerte despersonaliza el paisaje urbano. Hay otra teoría, sin embargo, mucho peor. Puede que lo que realmente esté amenazado sea todo el ecosistema comercial de la ciudad.

Que la ley de arrendamientos urbanos (LAU) de 1994 y su prórroga de 20 años para los alquileres de renta antigua caería este 2014 como un meteorito sobre el mapa comercial de la ciudad era sobradamente conocido. Marçal Tarragó, economista y experto en urbanismo comercial, sostiene que demasiados de los afectados desdeñaron la posibilidad de anticiparse a ese impacto cataclísmico renegociando los alquileres hace unos años y ahora lo lamentan, sobre todo porque -según Tarragó- «hay algo de gran venganza» en las subidas que ahora imponen los dueños de los inmuebles.

El paisaje comercial de una ciudad siempre es cambiante. Lo ha sido durante los últimos 100 años. Tarragó sostiene, sin embargo, que lo que sucederá de aquí al 2015 será poco menos que poner la película a cámara rápida, como un filme de cine mudo, pero que no hará gracia.

Lo que ya ha comenzado a suceder se ha presentado equivocadamente a veces como el drama exclusivo de la tiendas con pedigrí, los Quílez o los Fargas, por ejemplo, pero en realidad la amenaza de las subidas de alquiler desproporcionadas amenaza a cualquier negocio situado en una arteria turística de la ciudad. La que sea. Eso es muy obvio en el paseo de Gràcia, en las dos ramblas y, sin duda, en esa zona cero que es el perímetro de la Sagrada Família. Pero desde que alguna guía turística recomendó la calle de Verdi como mejor ruta a pie para ir del parque Güell al Eixample, Gràcia está también amenazada.

En su 'Autobiografía', Charles Darwin afirmó que la selección natural en realidad es tan impredecible como la dirección en que sopla el viento. De igual modo, este darwinismo comercial en el que parece inmersa la ciudad depara idénticas sorpresas. Están inquietos los arrendatarios de negocios amenazados por la LAU (eso es obvio) y también (esto es menos conocido) aquellos que tienen el local de su establecimiento en propiedad, como Carla Rivali, dueña de La Italiana, una tienda de elaboración artesana de pasta de la calle de Bonsuccès que este año cumple 100 años. La 'parquetematización' de Ciutat Vella no le sienta bien a los negocios enfocados al público local.

Tarragó, el experto en urbanismo comercial, sostiene que en el caso de Ciutat Vella es la pérdida de población residente, especialmente la de un nivel adquisitivo medio, el problema de fondo, pero Rivali añade que no hay que menospreciar el perverso efecto que ha tenido sobre el conjunto del Raval la metamorfosis de la Boqueria. «Cada veces menos barceloneses compran allí. Ya no es el mercado que antes era, y eso ha repercutido en el resto de los negocios del barrio», asegura Rivali.

El caso de la Boqueria es, además, perverso. En los ejes turísticos los alquileres son caros porque se supone que son equivalentes a las expectativas de ventas. Pero buena parte de los establecimientos de la Boqueria han reorientado su oferta en busca de la billetera de los turistas (cucuruchos de jamón, frutas cortadas, zumos, fritangas...), y no sufren, sin embargo, la burbuja de los alquileres, ya que disfrutan de una concesión municipal por la que pagan de media, según fuentes del Ayuntamiento de Barcelona, unos 200 euros al mes.

El 2014, en resumen, será para parte del comercio de Barcelona lo que el año 79  fue para Pompeya.  La erupción de la LAU cambiará el paisaje urbano. De ahí que resulten especialmente llamativas todas aquellas iniciativas destinada a preservar el ADN de la ciudad. Joan de Muga, dueño de la galería Joan Prats, que este mes bajará la persiana definitivamente en la rambla de Catalunya, asegura que en su gremio hay conversaciones aún incipientes para tal vez trasladar ese negocio, el del arte, a otra zona del Eixample más asequible. Sería una suerte de retirada a trincheras más fáciles de defender, tal y como han hecho ya, por ejemplo, algunas librerías de la ciudad (Jaimes, Documenta...). Otros, en cambio, prefieren mantenerse en primera línea de batalla, como el bar Nuria, en la Rambla. Ha reabierto sus puertas tras una profunda transformación, más pensada para el público barcelonés que para el turista. El dibujo de Miquel Ferreres que ilustra esta información decora el nuevo Nuria. Es, si así se desea, un manifiesto ilustrado.