LO QUE LA VIDA NOS CUENTA

La voz humana

El grupo Tons i Sons, en el programa de TV-3 'Oh, happy day'.

El grupo Tons i Sons, en el programa de TV-3 'Oh, happy day'.

JOAN BARRIL

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En la interpretación musical siempre hay enconadas controversias sobre cuál de todos los instrumentos provoca una mayor dosis de emoción. Para ensalzar la categoría sensible de una persona se suele decir que es como una cuerda de violín. De las cuerdas del arpa han surgido los arpegios. Hay virtuosos del flamenco que saben hacer hablar a un cajón y la calidez del aire del invento del señor Sax permite escuchar los monólogos en la cocina del saxofón. Una simple armónica bien tocada y ya tenemos la noche estrellada de nostalgia.

Pero todo el mundo está de acuerdo en que no hay nada que supere en matices y en identificación a la voz humana. En Catalunya no se suele cantar mucho. Así como los valencianos han hecho milagros con la música de banda, los vascos han sabido alternar la sociedad gastronómica con el orfeón y los alemanes son capaces de templar sus notas corales después de la cogorza, ya sea en el Oktoberfest o en el campo del Bayern, en Catalunya el canto coral se ha limitado a escasas formaciones. Los emancipadores coros de Clavé, las voces blancas montserratinas y la perfección de la Coral Sant Jordi han dado un aire hierático y reverencial a los cantores. En Catalunya se da por supuesto que cantar es hacer el ridículo. Y con ese desmesurado espíritu del ridículo del que hacemos gala es lógico que aquí se cante más bien poco.

Pero eso era hasta hace muy poco. Porque el viernes por la tarde, con una temperatura moscovita, un grupo de hombres y mujeres parapetados por las gruesas paredes del mercado de Galvany se habían arrancado a cantar a la espera que las autoridades municipales procedieran al alumbrado navideño. Pronto les reconocí: era el coro Tons i Sons, que ha conformado uno de los espectáculos musicales más refrescantes del programa Oh, happy day. Me cuentan que la gente todavía no lo sabe, pero que el sábado tendré ocasión de ver cómo les eliminan. Han quedado quintos. No diremos ahora aquello de «no hay derecho», porque la música afortunadamente no es una ciencia exacta y todo el mundo, como los toreros, tiene una mala tarde y no todos los jurados juran que serán exactos y precisos. Al fin y al cabo todos los cantantes de las corales que legaron a Oh, happy day trajeron sus vidas allí para contarlas y también para cantarlas.

Junto al mercado de Galvany la gente se acercaba y, tras unos minutos de mirar, cerraba los ojos y se dejaba llevar por una polifonía que a cada compás nos hacía mejores de lo que realmente somos. Tal vez el programa Oh, happy day acabe siendo el pretexto para el florecimiento de pequeñas y optimistas agrupaciones musicales. Como nos han recordado estos días antes de las semifinales, la música del corazón es más eficaz que la música de la cabeza. Y el corazón crea vínculos y hace que el tiempo no tenga importancia y que la voz de uno de los cantores vaya a buscar la voz del otro.

Buen rollo

Eso es lo que hace Tons i Sons: se acabó ese mirar al horizonte de la platea en busca de alguien que tal vez no vendrá. La música coral surge de la cercanía de los cantantes y del buen rollo que transpiran incluso sabiendo que han quedado eliminados. Por fin el canto coral es el sonido de las multitudes tranquilas. Ulises ya puede regresar a escuchar el canto de las sirenas, esas voces que son dulces, ingeniosas y domesticadas para los días en los que el optimismo nos pide bandas sonoras.