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Días largos, noches cortas

JORDI MERCADER
PERIODISTA

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Francono consiguió hacer salir el sol por Antequera. Solo pudo ganarle una hora decretando, en 1942, la modificación del horario de Greenwich, vigente en España hasta aquella fecha. La miseria de la posguerra, con el trabajo escaso y mal pagado, dio vida al pluriempleo, al alargamiento salvaje de la jornada y a la consolidación de un horario singular respecto del resto de Europa. Muchas de las desgracias del franquismo se han reparado, esta no; peor aún, hemos interiorizado este desfase horario como un signo cultural, identitario, de mediterraneidad exquisita.

Empezamos a trabajar más tarde que nadie, somos generosos en la administración de la pausa para comer y, como practicamos el presentismo laboral a destajo, regresamos a casa un par de horas después que los vecinos. La cena se sirve tardísimo, las televisiones fijan suprime timea partir de las diez de la noche, asistir al teatro implica irse a la cama pasada la medianoche; por lo tanto, dormimos poco, desoyendo los consejos de quienes afirman que descansando menos de ocho horas se trabaja mal. Y vuelta a empezar: días largos, noches cortas.

Orgullosos de nuestras estupendas sobremesas, olvidamos rectificar un horario perverso para la organización social, el trabajo, la escuela, el comercio y el ocio, además de la productividad y las relaciones personales. Luego llegó la crisis y con ella la sostenibilidad pasó a ser mandamiento: todo debe ser cuestionado en función de su sentido, de su rentabilidad; todo aquello que no supere el examen deberá ser cambiado.

El caso del fútbol

La negativa del Ayuntamiento de Barcelona a pagar el coste del transporte público ocasionado por el fútbol en horario intempestivo no es una anécdota. Atreverse a atajar este dispendio injustificado es un buen síntoma, además de la certificación de que el Barça será mucho más que un club, pero mucho menos que un servicio público. Dada la irreversibilidad de la economía de la eficiencia, exigida por la crisis, y la trascendencia del deporte, esta decisión podría estimular otros cambios; por ejemplo, avanzar elprime timede las televisiones a las 20 horas. Quizá por el ocio se alcance el meollo del horario laboral.