BUCÓLICOS ANÓNIMOS

Entre sabios y bergantes

Biblioteca del Ateneu Barcelonès en el edificio del Palau Savassona de la calle de la Canuda, en octubre.

Biblioteca del Ateneu Barcelonès en el edificio del Palau Savassona de la calle de la Canuda, en octubre.

JOAN BARRIL

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En la calle de la Canuda, frente a una necrópolis romana, se levanta el Ateneu Barcelonès, fundado en 1860. Es uno de los pocos templos de las palabras. Sin ellas ni belleza no se comprendería ese lugar que se abre en uno de los puntos más cambiantes de Barcelona. Cuando aún había murallas, allí donde ahora está la fuente de Canaletes, se abría la Porta dels Bergants, que solía estar ocupada por gente de malvivir y pícaros de todo tipo. Hoy en Canaletes, ya casi no se habla de fútbol y sus aledaños se han convertido en una suerte de legación internacional. Los McDonald's y Burger King y el aroma de falafel se alternan con el Club Capitol, antes Can Pistoles. Y ahí enfrente un grupo de esforzadas cocineras reparten lentejas con chorizo a necesitados. De la Rambla antigua solo quedan en las cercanías la coctelería Boadas y el Ateneu, el cuerpo y el espíritu, la alegría social y la satisfacción interior de la cultura.

Me acerco al Palau Savassona, sede del Ateneu, con la atención errante de aquello que los franceses llaman un flaneur. En el bar algunos corrillos hablan de sus cosas. El jardín está vacío por la temperatura. Pero la generosa biblioteca hace que los lectores parezcan más guapos de lo que son. El silencio permite escuchar el paso de las hojas de papel, único estruendo de esas salas maravillosas con techos pintados por Francesc Pla, llamado El Vigatà.

Toda una época de Catalunya está en las paredes de ese gran caserón, desde Ildefons Cerdà a los presidentes de la entidad: Angel Guimerà, Valentí Almirall, Pompeu Fabra, Bertomeu Robert, Domènech i Montaner y tantos otros. Bajo un arco nos miran dos bustos, el de Verdaguer y el de Marià Aguiló. Cuentan que en una visita a Barcelona de Franco, se mantuvo a Verdaguer en su pedestal pero el abanderado defensor de la lengua catalana Marià Aguiló fue exiliado al desván hasta que la democracia lo volvió a entronizar en su lugar.

Me cuenta esas anécdotas el encargado de la sección de Filosofía, el profesor y amigo Ramón Alcoberro. Anteayer, en el aula magna de la institución, se rendía homenaje al catedrático de Filosofía y colaborador de este periódico Manuel Cruz. La magnífica editorial Herder acaba de publicar un libro de sus colegas titulado Vivir para pensar. En la sala más de 100 personas asistían a las palabras de Cruz sobre la amistad. Fina Birulés demostró que no siempre la filosofía es una disciplina abstracta y aventuró que una cosa era la amistad y otra, el amiguismo.

Afán de saber y debatir

3 ¿Acaso los límites de la amistad los marca el código penal? De la realidad a la filosofía no hay más que una voluntad de encontrar significados a aquello que somos. Con aplausos académicos los asistentes dan por cerrado el acto. Me dejo llevar por las escaleras que, siendo estudiante de arquitectura, diseñó un joven Josep Maria Jujol en torno a uno de los primeros ascensores de Barcelona. En este palacio, la sabiduría y la belleza se viven por la ósmosis de sus paredes. Filósofos y filósofas sacan sus teléfonos móviles y los reconectan. De aquel templo de Palas Atenea hasta hoy han pasado muchos años, pero el afán de saber y de debatir continúa incólume.

«Más vale comprender que creer», dice Javier Gomá en su último libro. En esos muros todo se comprende.Llovizna. Las gotas resbalan sobre las tumbas de los antiguos patricios de Barcino. Murieron hace mucho, pero qué duda cabe que son amigos nuestros. También experimentaron la necesidad de vivir para pensar.