BUCÓLICOS ANÓNIMOS

El silencio antes de la protesta

Un grupo de 'iaioflautas' protesta en una oficina del BBVA en el paseo de Gràcia, ayer.

Un grupo de 'iaioflautas' protesta en una oficina del BBVA en el paseo de Gràcia, ayer.

JOAN BARRIL

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Las huelgas ya no son lo que eran. Hubo un tiempo en el que los huelguistas intentaban limitar la producción de una empresa para forzar al patrón a que cediera. Pero ya no hay huelgas como las de antes. La patronal ya no está tan dispersa. En todo caso son las administraciones las que reciben los embates indignados de la gente y las que marcan la pauta a la patronal de lo que se debe hacer.

De entrada, de la misma manera que antaño las desgracias se anunciaban a la población con las campanas a rebato, ahora se elevan los helicópteros policiales a poner la música de fondo de la huelga general. ¿Qué es la huelga? Tal vez solo sea una forma de resistencia a la injusticia social que grava a los más desfavorecidos. Y eso debe merecer la plasmación escénica de los helicópteros vigilando las calles de la gran ciudad. Se nos dirá que lo único que pretende la fuerza pública es evitar que las calles queden cortadas y el miedo anide entre nosotros. Pero son muchas las ocasiones en un año en el que las calles y las avenidas se cortan para que circulen por allí una vuelta ciclista o una carrera atlética. Con el deporte todo es una fiesta. Con la protesta se trata de pintar los matices de la tragedia.

Camino por el paseo de Gràcia en dirección contraria a los coches. En realidad de coches no hay ninguno. En el horizonte solo se ven luces azules. Jamás en la democracia se había visto una coacción tan flagrante al derecho de manifestación. Parece como si elconsellerPuighubiera mandado a sus brigadas móviles a luchar contra la competencia. «¿Una huelga general a semana y media de las elecciones? Eso no casa con nosotros. Esperamos un resultado espectacular para los partidos soberanistas. O sea, que vamos a reducir la participación de los huelguistas pero vamos a hinchar la participación de los independentistas». Nadie puede calcular la cantidad de agua que hay en el mar embravecido. Y hay muchas cosas que lo embravecen.

En el centro del paseo de Gràcia losiaioflautashan acampado junto a un grupo de cómicos. Son buenos y la gente aplaude. Cuentan aquello que pasa y cantan canciones. «¿Quiénes sois?», pregunto a los teatreros de la calle. Somos los Fura Follas, y venimos de Galicia. En un cartel dicen: «Luché antes y lucharé ahora». Losiaioflautasestaban destinados a ser carne de ridículo y, en cambio, concitan enormes unanimidades.

En dirección contraria suben los taxistas. Dicen en sus cristales que los políticos no les representan. A pesar de no haber un tráfico transversal los taxistas no se saltan las señales de tráfico. Todavía temen la represalia del código de circulación, que es el código más dacroniano en tiempos de aparente paz. Las tiendas del paseo de Gràcia están cerradas. Sólo la hora de comer indica el final momentáneo de la lucha social. Guardias, esquiroles, manifestantes o mirones saben que hay que templar los ánimos y todos los grupos se dirigen a los pequeños restaurantes donde se aprestan a dar consuelo al combatiente y orientación al peregrino. Una de las músicas que empañan la libertad de huelga. Lo único que nos queda de la civilización es que la hora de comer admite siempre la tregua de los contrarios.

Una mujer me aborda y me dice que su establecimiento ha amanecido ese día con la silicona en las cerraduras. El canto de las siliconas es una de las dos músicas que se escucharon ayer. Por una parte la coacción contra el comercio. Por la otra, el himno antiquísimo de la quimera. Delante del Banco Santander cien personas entonanBandiera rossa.Hacía tiempo que ese himno no salía de los cajones de la historia. Las calles de una huelga general se animan con el silencio antes de la protesta. Y en ese silencio, canciones antiguas.