La fe turística se rinde a Gaudí

Una marea humana y global de 9.000 personas diarias asedia la Sagrada Família, el 'top ten' de la BCN de postal

RAMON COMORERA
BARCELONA

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Vienen de todas partes y están por todas partes pues la ciudad ha devenido una cita para el planeta entero. La Barcelona posolímpica se ha convertido en los últimos años en un destino turístico global. Y el barroquismo espectacular, naturalista y ortodoxo de la Sagrada Família se ha situado, bajo el sol y la bonheur mediterráneas, en el top ten de lo que hay que ver, de donde hay que ir. El hombre moderno profesa con gran devoción, pero también con superficialidad consumista, la fe turística. Desde ella se ha rendido y postrado completamente ante la mole mística y modernista que iniciara Antoni Gaudí, y que han continuado, en versión forzosamente muy libre, sus seguidores. Son 3,2 millones de visitantes los que pasan por caja cada año, por delante del resto de los atractivos ibéricos del sector. Es el doble que el segundo clasificado barcelonés, el Aquàrium. O lo que es igual: 9.000 al día y 900 por hora. Una invasión en toda regla.

Estos días de agosto las colas que hacen ilusionados turistas de cualquier edad bajo un sol ciertamente abrasador, a pesar de la marinada, son largas. Muy largas. Duran literalmente un siglo. Van del XX de la fachada de la Passió y de las inefables esculturas de Josep Maria Subirachs, al XIX de la primigenia del Naixement, única patentada por el genio arquitectónico de Gaudí. Sin la plaga bíblica de la muralla china de autocares copando las calles de evocadores nombres de su entorno (Mallorca, Marina, Provença, Sardenya) la marea humana que asedia al templo en obras, aunque hoy ya es una basílica, todo un grado para los católicos, abruma a cualquiera.

Son centenares de personas, hasta casi un millar, las que a media mañana llegan a formar esa serpiente de babel que avanza hacia el pago, solo en metálico, de los 13 euros, 16 si se incluye la subida en ascensor a los cielos de las torres. Entonces se abren los tornos del «lugar sagrado de recogimiento y oración» que proclama el cartel de bienvenida. Por esta puerta de Sardenya entra a un lugar donde «dialogan arte y fe cristina», según insiste ese primer rótulo, la multitud del visitante no organizado. Es la gran mayoría, el 80%.

El 20% restante llega en grupo y en unos autocares que hoy suenan, y huelen, afortunadamente lejanos para vecinos y lugareños en general. A ellos les recibe con mayor celeridad el propio Gaudí en la puerta, solo para congregaciones de más de 20 miembros, de su fachada del Naixement, en Marina. La corta pero constante peregrinación arriba y abajo de esa calle, desde la base de ataque del aparcamiento de la Diagonal, de grupos compactos conducidos por curiosos líderes de uniforme y banderola, es otro de los espectáculos de esta gigantesca gaudilandia.

La explosión carnal de un verano de minishorts, minivestidos y chancletas, por abajo, y demás prendas vaporosas, por arriba, alcanza a todos los rincones de un recinto que con la nave central acabada y consagrada por el Papa impone cada vez más su original razón de ser religiosa con mensajes, símbolos y música. Todos menos el nuevo «espacio de oración» creado en el ábside. Un empleado filtra allí el acceso según la superficie de piel morena a la vista. El templo estima que un 10% de quienes van al deambulatorio que rodea al altar entra en el Santísimo para orar junto a grandes carteles del Padrenuestro en varios idiomas.

Temor al vacío

En medio de la enorme nave central y bajo el bosque petrificado de arriesgadas columnas y luz cenital que sorprendió al mundo por televisión hace dos años, existe otro «espacio de recogimiento», pero menos solemne. La concurrencia ocupa aquí de media un tercio de las 400 sillas dispuestas e igualmente vigiladas por personal de la casa.

Las colas llegan hasta la tienda de recuerdos, libros y demás, donde tiene que regularse el acceso para evitar aglomeraciones. El flujo masivo de visitantes satura el aire. Pero en las zonas difíciles intelectualmente por su carácter arquitectónico, histórico o técnico, que son el museo y el edificio de las Escoles con maquetas, planos y documentos para entender a Gaudí y la constante reinterpretación para seguir las obras, allí se respira. El interés escasea.

La multitud tampoco llega a los 23 pisos de altura que alcanzan los ascensores de las torres y donde el vertiginoso temor al vacío hace mella en más de uno. George, un inglés jubilado que se declara creyente e impresionado, se agarra a la pared de piedra con sudor frío y cara de desasosiego. Un joven ruso que decide bajar andando reacciona igual ante el agujero sin fin del ojo de la escalera que conduce a tierra firme.

Con un turismo a prueba de crisis y el maná económico sin fin que conlleva, los casi dos tercios del templo todavía por construir podrían acabarse en el 2028.