La ciudad reinventada

La impostura del barrio Gòtic queda al descubierto en una tesis doctoral

CARLES COLS
BARCELONA

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La jornada previa a batirse contra los temibles mamelucos en Egipto, Napoleón arengó a sus tropas con una frases que, aunque algo confusa, ha pasado a la historia. «Desde lo alto de estas pirámides 40 siglos os contemplan». Según algunas versiones de aquel discurso, dijo que los siglos eran 20. Sin duda es un error de bulto, equiparable, no por centurias pero si por bárbaro, al tramposo barrio gótico del que Barcelona presume ante millones de turistas cada año. Poco tiene en realidad de auténtico. Tiene más de parque temático del siglo XX que de glorioso pasado medieval catalán. Desde lo alto de la catedral menos de 100 años nos contemplan. Así lo expone el jienense Agustín Cócola en una tesis doctoral tan exhaustiva en su trabajo de campo que acaba de llegar a las librerías de Barcelona con un título tan amable que no hace justicia a lo demoledor de su contenido: El barrio gótico de Barcelona: planificación del pasado e imagen de marca.

El pretencioso puente de la calle del Bisbe es sobradamente conocido que muy poco tiene de antiguo. Cumple ahora los 83 años. La fachada de la catedral cumplirá 100 el próximo año, y probablemente no se celebrará el aniversario, pues una y otra obra, puente y fachada, son en último término la guinda que corona la gotificación a la que fue sometido el centro histórico de Barcelona durante, sobre todo, la primera mitad del siglo XX.

No era esta hasta ahora una historia absolutamente desconocida, pero por incómoda para una ciudad entregada hoy al turismo se ha mantenido casi premeditadamente en un discreto segundo plano. Cócola, pues, ha realizado dos labores. Primero, ha abierto la luz donde había sombras y, segundo, ha rastreado las causas que llevaron a las autoridades políticas de la primera mitad del siglo pasado a explorar los límites aceptables del urbanismo con la singular técnica de trasladar edificios desde otros puntos de la ciudad, restaurar con más imaginación que certezas los restos existentes y, sobre todo, realizar una recreación patriótica del entorno.

ARQUITECTO Y POLÍTICO / «Un barrio gótico tal como lo hemos ideado sería como un estuche precioso que custodiaría las joyas preciosas de Barcelona, como la catedral y el Palau Reial. Todas las calles deberían ser devueltas no al primitivo estado de la época histórica en que se terminó la edificación de aquellas, sino al estilo gótico catalán, intervenido por la mano experta y sabia de los mejores arquitectos modernos de Catalunya». En 1911, Barcelona era un hervidero de opiniones, y esta, por ejemplo, la expresaba en el semanario La Cataluña Ramon Rucabado, prohombre de la ciudad y emparentado lejanamente con Jacint Verdaguer. La apertura de la Via Laietana, que condenaba a la piqueta a 335 edificios, era una oportunidad perfecta para poner fin a la imagen provinciana, insalubre, mal comunicada y obrera que Barcelona ofrecía al mundo. La corriente inicialmente literaria de la Renaixença había dado el salto ya a la política. Arquitectos como Josep Puig i Cadafalch ocupaban cargos políticos. Cuando la Lliga ganó las elecciones municipales de 1901, ocupó un determinante puesto como concejal. Fue en ese hervidero en el que se gestó el plan.

Por una parte, relata Cócola, se pretendía poner a Barcelona en el mapa del turismo internacional.  «Las calles de Montcada y Mercaders están pidiendo convertirse en calles de Núremberg, Brujas o Florencia. Barcelona puede ser, en unos cuantos años, una Bruselas meridional, esa gran Barcelona soñada tantas veces», defendía Puig i Cadafalch ante sus contemporáneos. Por otra parte, prosigue el autor de la tesis doctoral, se abría de par en par la oportunidad de monumentalizar «un origen legendario de Catalunya». No era útil lo romano. Menos lo íbero. Los años de la decadencia eran para olvidar. Lo medieval, en cambio, aunque menospreciado hasta finales del siglo XIX, recordaba la época en que los catalanes dominaron parte del Mediterráneo.

Fue así como buena parte del material almacenado tras los derribos de la Via Laietana tuvo una segunda juventud, pero lo gótico como producto turístico, revela Cócola con una entretenidísima colección de fotos del antes y el después, fue directamente reinterpretado, cuando no inventado.

El edificio que hoy es sede del Museu d'Història de la Ciutat estaba originariamente en la calle de Mercaders. El Museu Marés es una suerte de frankenstein arquitectónico, con una escalera de la calle Templers, una bella puerta del paseo de Colom y varios adornos de nuevo cuño realizados con piedra de la cantera de Montjuïc. El tranquilo rincón situado tras el ábside de la catedral nada tenía del aire señorial del que hoy presume. Y así, uno tras otro, Cócola disecciona lo que el frenesí urbanístico surgido de la Renaixença metamorfaseó.

A fin de cuentas, como reconoció en su día el padre del disonante puente de la calle del Bisbe, Joan Rubió, en realidad «en el barrio gótico no hay más de seis casas que con buena voluntad pueden denominarse góticas».