Barça, 7 minutos para la historia
El equipo de Luis Enrique exprimió la épica del balón para someter a un timorato París SG y terminó con Ter Stegen jugando de medio centro
Marcos López
Periodista
MARCOS LÓPEZ / BARCELONA
Tocó y tocó el Barça. Con el agua al cuello, y cuando quedaba menos de un minuto para que el reloj le condenara en Europa, no dejó de pasarse el balón. Ni siquiera cuando el Camp Nou, convertido en el altavoz de millones de culés, suplicaba a Neymar que colgara la pelota al corazón del área francesa. Ni así dejó de apelar a la épica del balón. Tenía a Ter Stegen ya convertido en el tercer delantero centro de un equipo que empezó con Suárez, el nueve tradicional, y recurrió a Piqué, el nueve de emergencia.
En la maravillosa irracionalidad que exhibió el Barça, no dejó de creer en su idioma más universal. Necesitó que Neymar se iluminara con un lanzamiento de falta perfecto. Tanto que Unzué, el arquitecto de la estrategia, levantó los brazos en la banda antes incluso de que la pelota sacudiera la escuadra derecha de Trapp. Un gol, el 4-1, que fue el más bonito de todos, pero el menos celebrado.
LA LUZ DE NEYMAR
A partir de ese momento, empezó la tormenta perfecta. En lo anímico, por supuesto, pero, sobre todo, en lo futbolístico. Ese tanto de Neymar obró un efecto devastador sobre el miedoso París SG de Unai Emery, un técnico que se acobardó desde el inicio del partido, aunque la entrada de Di Maria lo reanimara. Luego, el Barça lo aplastó repartiendo el balón con tanta calma que hasta completó un prodigioso 81% de acierto en el pase (35 buenos de 43). Prueba de su fidelidad extrema a la pelota incluso cuando no había tiempo ni fuerzas para hacerlo.
Ahí, en ese sexto y último gol, ahogado como andaba Emery, a quien sus cambios acabaron enviando a su equipo a la hoguera de Trapp, se adivinaron rasgos que parecían perdidos. Neymar, tras el rechace de la barrera francesa, capturó el balón convertido en volante derecho. No tenía que estar ahí el brasileño, pero estaba. Gritaban todos que centrara de primero, o sea que colgara el balón a la olla, pero Neymar se tomó su tiempo para driblar a Verratti.
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Eliminó al jugador italiano con un suave regate, elevó la mirada y descubrió un espacio que no existía, a la espalda de la superpoblada defensa del PSG. Regateó Ney con la pierna derecha y centró con la izquierda para que Sergi Roberto estirara su bota derecha hasta casi romperse. Era el final perfecto a una tormenta increíble de fútbol que sacudió al timorato equipo de Emery, asustado incluso en la sala de prensa del estadio, horas antes de un partido que condicionará para siempre su carrera.
UN PASE BUENO EN 10 MINUTOS
Hizo cuatro pases en ese tramo, pero tres solo fueron para sacar de centro después de cada uno de los goles del Barça. Cuatro pases, tres hacia atrás, uno correcto -¡solo uno!- y siete errores porque no tenía energía ni para quitarse el balón con criterio. Milésimas de segundo lo tenía en su poder, mientras el Barça aparecía por todas las zonas del campo. Y con todos los jugadores. No eran 10 más el portero.
Eran, en realidad, 11 jugadores de campo, transformado entonces Ter Stegen en un medio centro con calma y mucho oficio en la salida del balón, además de robar un balón que salvó la vida al Barça y, por supuesto, a Arda Turan. Messi, abatido como estaba por el desmoralizador impacto del 3-1, cedió generosamente la falta (4-1) y el penalti (5-1) a Neymar, cuya descomunal luz obnubiló a los franceses. Pero la sola presencia del argentino atraía, como mínimo, a dos defensores del París SG. Por una vez, el Barça, o Neymar, hicieron de Messi.
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