Barceloneando

Con ustedes, Karemia

Bailarina y maestra de bailarines, figura destacada del Ballet Nacional de Cuba durante 30 años, Karemia Moreno mantiene vivo su arte a los 74 años tocando un teclado infantil a la salida del Grec

Karemia Moreno junto a las taquillas del Teatre Grec. / ÁLVARO MONGE

Ha terminado el concierto en el Grec –cualquier concierto–. La gente se dirige a la salida envuelta en esa especie de nube opiácea que forma la mezcla de la buena música en directo, el hecho de haberla escuchado en este notable escenario y la compañía dulce del calor nocturno de agosto, cuando escuchan otra música cuyo eco trepa hasta los jardines por las escaleras de piedra que conducen a la calle. La primera impresión es que son las notas de un piano, un piano lejano, pero a medida que se aproxima a la salida del recinto, la gente se da cuenta de que ni es un piano ni está siendo ejecutado en la lejanía: acaso un pequeño órgano que alguien está tocando muy cerca, un instrumento –y un intérprete– de los que emana un sonido como de juguete, casi infantil. Algo que tiene el poder de incorporarse a la imaginaria nube de opio.

Una anciana vestida para salir al escenario se yergue sobre un teclado de juguete, un infantil Casio que hace equilibrios sobre su regazo

Nadie está preparado para la escena que depara el tramo final de las escaleras. Sentada en la tapia de piedra junto a las taquillas, una anciana vestida para salir al escenario se yergue –es la impresión que da– sobre un diminuto teclado de juguete, un infantil Casio que hace equilibrios sobre su regazo mientras la artista se aplica con entusiasmo a la tarea de sacarle música. Lleva un vestido negro y un chal no menos que fenomenal de color naranja, largo como la cola de una cometa, todo a juego –y es inevitable preguntarse si a propósito– con los colores del instrumento infantil. Algo triste pero con aire tropical brota del pianito. Más que concentrada, la artista da la impresión de tocar ensimismada, pero de vez en cuando levanta la cabeza y regala a la concurrencia con una sonrisa de genuina alegría, una suerte de iluminación del mundo de la que participan por igual sus ojos negros y expresivos resguardados tras unos anteojos finos de marco dorado. Junto a ella, sobre la tapia, hay un sombrero de pescador colocado al revés y un cartel que reza con solemnidad: “Gracias por su valoración”.

El cartel de la artista. / ÁLVARO MONGE

El olimpo del ballet

Caridad Eufemia Moreno, más conocida como Karemia Moreno, nació en 1943 en Holguín, capital de la entonces provincia de Oriente. Su madre tocaba el piano y a los 4 o 5 años lo tocaba ella también, pero no fue la música el arte en torno del cual levantó su vida profesional, sino el ballet. Fue bailarina y maestra del Ballet Nacional de Cuba durante 30 años. Una beca para estudiar en la Escuela Bolshoi de la antigua Unión Soviética definió su forma de bailar y de entender la danza, y la convirtió a la postre en una de las artífices de la fusión entre el estilo ruso y el estilo cubano que marcó el devenir del ballet en la isla. Fue maestra invitada del Ballet Nacional de España, del Ballet Teresa Carreño de Venezuela y de la compañía del Teatro Colón de Buenos Aires, y en términos generales recorrió el mundo enseñando su arte. “Yo era una persona que me exportaba mucho –dice, con un acento que no ha perdido nada de su cadencia original caribe–, un producto de exportación del ballet cubano”. Karemia, la mujer que toca un piano infantil a la salida de los conciertos del Grec, llegó a ser una figura del olimpo del ballet a nivel mundial, entrenadora personal de figuras como Julio Bocca, Tamara Rojo y Ángel Corella. Pero eso no lo saben los que se detienen a escucharla.

"La gente sale de los conciertos y flipa, piensan: 'Qué hace esta dama con esta artefacto'"

“Me retiraron”, dice Karemia sobre el abrupto final de su carrera artística, un tema sobre el que prefiere no explayarse. “Simplemente me jubilaron, me dijeron que había cumplido los 65 y que no podía seguir trabajando”. Entonces ya estaba instalada en Barcelona. Unos años más tarde llegó la crisis y la antigua bailarina y maestra de bailarines “no tenía nada que hacer”, así que le pidió a su nieto que le dejara prestado el teclado. Había una música que llevaba dentro que se dedicó a recuperar tocando el teclado infantil. Y no era cualquier música.

“Yo tengo dos hijos. Mi hija nació en el 68, justo cuando empezó el bloqueo, una época difícil en Cuba, había muchos apagones y en la oscuridad yo le tarareaba unas canciones de cuna que me inventaba. Y lo mismo después a mi hijo, que nació con 10 años de diferencia pero daba igual, ¡porque aún había apagones!” Fueron esas nanas las que Karemia trasladó al pianito del nieto, y de esas nanas salieron otras canciones, media docena de melodías que resultan ser un híbrido entre la dulzura triste de una madre que le canta a su hija en la penumbra y la inevitable alegría del que lleva en la sangre la música cubana; algo triste con aires tropicales. “Me empezaron a salir estas musiquitas y las fui arreglando y les puse 'Tristeza en el alma'. Y un día me dije, voy a ver qué pasa si me pongo a tocar esto en la calle”. Karemia cogió el teclado, hizo un cartel y se puso a tocar junto al edificio del MNAC. Era el año 2013.

La dama y el artefacto

“La gente sale de los conciertos y flipa, piensan: ‘Qué hace esta dama con este artefacto’”. A la salida del Grec toca desde hace tres años, y todo el mundo allí la conoce. “Yo creo que le da valor que toque un juguete, algo hecho para que un niño aprenda pero que yo lo uso como instrumento”, dice. Karemia explica que la mantiene “atada a la cosa interna” suya con la música, “que es brutal”, y que es una forma de “reciclar” su creatividad. “Yo le digo a la gente: ‘¿Le gusta’ ‘¡Ay, sí, muchísimo!’ ‘Pues muchas gracias, porque yo a veces no me lo creo’ Me mantiene el ego arriba. Es una tontería, pero me encanta”.

Es una artista, en fin. Siempre lo ha sido, y una artista sin su arte no es nada. El suyo, el que lleva adentro desde que se presentaba de niña en el escenario del Teatro Infante de Holguín, el que la ha acompañado toda la vida, sabe encontrarlo incluso en el fondo de un teclado infantil.